(De la «Relación» del P. Venancio Legarra, fol. 22v-24v.AHL,2-4)
A esta economía también contribuyeron mucho los operarios voluntarios que de diferentes puntos fueron viniendo.
Los de Azpeitia, que fueron los más, se repartieron por barrios. Los primeros quisieron ser los de Loyola, pero no lo consintieron los de Oñaz diciendo que el padre de San Ignacio había sido de Oñaz, y ellos comenzaron y continuaron por espacio de dos semanas. Luego hicieron otro tanto los de este barrio de Loyola, siguiendo después los de Izarraiz, etc. Parte de éstos se emplearon en limpiar las canteras y arreglar los caminos, y parte en la conducción de la arena, cal y otros trabajos.
Una patrulla de ellos vinieron de Oñate, y se ocuparon en los trabajos indicados.
El famoso Cura de Orio, Sr. Macazaga, envió a un cantero, hombre piadoso, que, aunque algo anciano y por lo mismo no tan activo, con todo ayudó cuanto pudo durante todo un año en su oficio de labrar la piedra. El pueblo de Orio pagó sus jornales, y aquí se le dio en un caserío cama y en casa la comida, como a los de Oñate; y a todos los demás operarios voluntarios se les proporcionaba su comida, con un vaso de vino al mediodía y por la tarde.
También tomaron parte en estos trabajos voluntarios muchos de Azcoitia, y a éstos con preferencia se les ocupó en la cantera de Goicoechea y en el camino que se hizo desde allí a la carretera para la conducción de la piedra, y en el calero u horno de Dª Clotilde mientras funcionó éste.
De los azpeitianos muchos tomaron parte con sus carritos para la conducción de la arena y cal, y otros se ocuparon en deshacer las obras provisionales que se habían hecho años antes en el ala izquierda.
A los de Urrestilla les propuso el P. Legarra el arrastre de los treinta robles que había hecho cortar Don Ignacio Ibero en su posesión de Elosiaga y que caía sobre Urrestilla, hablándole primero al Vicario, Don Inocencio Mandiola, y aceptaron con gusto; y lo hicieron pronto, pero no sin gran trabajo bajándolos cuesta abajo, y no atreviéndose a pasarlos por el puente por temor de que éste no podría soportar tanto peso, los tiraron al río, y atravesando después una o más heredades, los sacaron a la carretera, desde donde, puestos en carros grandes, los condujeron acá los bueyes de casa. También a estos operarios se les proporcionó la comida, que, por indicación del P. Legarra, llevaba la cuenta del gasto que ocasionaba diariamente el Vicario, y le pagó después aquél. De modo que, debido a la caridad del vecindario de Urrestilla, esta operación de suyo tan dificultosa y dispendiosa, se hizo con muy poco gasto. Estas vigas se emplearon en los áticos y en el tejado a una con otras veinte que se trajeron de Laurgain, posesión de Don Ignacio Lardizabal, y ocho más de Aizarna y alguna otra de Régil, de que luego se hablará.
Otro tanto hicieron los pueblos de Villafranca, Legorreta, Alegría, Icazteguieta, Albiztur, Goyaz y Vidania, cuyos vecinos se encargaron del corte, arrastre y conducción de setencientos a ochocientos árboles robles del monte Aldaba, posesión de Don Esteban Zurbano: material escogido por hallarse en terreno bien soleado, y fue suficiente, con las vigas antes referidas, para todos los tejados del ala en construcción. Los había cedido Don Esteban en sustitución de las 4.000 pesetas con que se había suscrito.
La operación del arrastre y conducción a ésta fue obra muy costosa, que, a no haber contribuido gratuitamente todos estos pueblos, hubiese sido operación muy cara y ruinosa. A esto se había comprometido Don Ignacio (Ibero) encontrándose fuera de casa el P. Legarra. Luego que se vio con éste, le indicó los pasos que había dado con Don Esteban, y el P. Legarra, teniendo en cuenta la mucha distancia que mediaba entre ésta y la aldea de Aldaba y la dificultad del arrastre por la situación de dicho punto, le hizo a Don Ignacio sus reparos. Comprendiendo Don Ignacio la fuerza de estas razones, se propuso deshacer el pacto hecho con Don Esteban, pero haciéndose cargo el P. Legarra de que el negocio estaba publicado y hasta en cierto modo comprometido, pues el P. Pedro José Echeverría había ya exhortado desde el pulpito a los de Villafranca y Legorreta a que contribuyeran con su trabajo gratuito al corte y arrastre de la madera, prefirió empeñar a los pueblos comarcanos a que tomaran parte en esa operación tan costosa y penosa. A este fin escribió cartas a los Sres. Párrocos de Goyaz, Vidania, Albiztur, Santa Marina de id. y al de Aldaba, como también a los de Villafranca, Legorreta, Alegría e Icazteguieta: los Párrocos quedaban autorizados para hacer el gasto de la comida que necesitaban los de su Parroquia respectiva, cuya cuenta le habían de pasar después al P. Legarra.
Durante la primera operación del corte de los árboles debió tomar parte mucha gente y no todos los trabajadores tan inteligentes y cuidadosos como convenía, y habiéndolo notado esto el montero del Sr. Zurbano, lo puso en conocimiento de su amo, y éste se quejó fuertemente a Don Ignacio, y hubo que tomar algunas medidas a fin de evitar nuevas quejas.
Los pueblos de aquella parte de Aldaba habían de arrastrar las maderas o árboles a la plaza de Legorreta, y los de esta parte del monte de Aldaba a un punto determinado de la carretera de Goyaz y Vidania. De esos dos puntos de uno y otro lado nos encargamos nosotros de traerlos aquí después que esos pueblos los labraban algo. Gracias a Dios, los párrocos en primer lugar y luego sus feligreses tomaron este negocio con mucho empeño, y así es como salimos airosos y nos hicimos con muy buena madera de roble escogido para todos los cubiertos, que no importaba poco.
Además de las treinta piezas grandes de Don Ignacio, hacían falta casi otras tantas para las obras referidas, y reunidos los Hermanos con el perito Don Félix Barrena, trataron sobre dónde se podrían encontrarlas, e indicaba el perito que, a no ser en Navarra, no se encontrarían por aquí; a lo que el P. Legarra le repuso que en Laurgain se encontraban en las posesiones de Don Ignacio Lardizabal. «En efecto, añadió el perito, allí hay robles para todo Loyola». Se dirigió el P. Legarra por carta a Don Ignacio Lardizabal suplicándole que hiciera el favor de darnos algunos árboles robles de los que tenía en dicho punto, y nos regaló veinte muy grandes y otro, de igual tamaño, de haya.
La distancia era grande y su conducción naturalmente costosa, pues por la carretera a Zarauz y luego de allí acá había cosa de siete y media leguas. El P. Legarra se dirigió por cartas a los cuatro Rectores de la jurisdicción de Aya, a donde pertenece Laurgain, a saber, a Don Ignacio Barrena de Aya, a Don Francisco Alcorta de Alzola, de Laurgain Don Ramón Alcorta, de Urdaneta Don José Manuel Auricenea, para que con sus feligreses trajeran acá aquellos árboles. Los cuatro párrocos se comprometieron a costear por su cuenta la conducción, y así lo hicieron. Cada carro de bueyes traía su pieza única, pues como eran tan grandes, no podían traer en mayor número.
Habiendo sabido el P. Legarra de Don Ignacio Ibero que el Beneficiado de Aizarna, Don Francisco Zumeta, tenía algunos robles grandes en su posesión de dicho pueblo, se fue por el monte a pie y solito una mañana temprano. Se encontró en la cumbre del monte con una niebla cerrada, y como no conocía aquellos terrenos y era la primera vez que pasaba, perdió el camino y andaba dando vueltas en una y otra dirección, hasta que dio con una veredita por donde llegó a Aizarna. Encontrando a Don Francisco en la Parroquia, fueron juntos a su casa y le manifestó el objeto de su visita inesperada, y desde luego con mucho gusto le ofreció sus árboles, y no se contentó con esto sino que, después de darle de comer al P. Legarra, pocos días después juntó las yuntas de bueyes y vacas que creyó convenientes, y yendo él mismo con su gente y ganado al bosque, mandó cortar los árboles robles, que eran ocho, y los sacó del bosque y los condujo hasta el puente de Lasao; y todo esto costeó él sólo, habiéndose expuesto mucho los hombres y ganados que tomaron parte en esta operación por la mala situación en que se encontraban. Desde Lasao acá se condujeron con los bueyes de casa.
Un casero de Régil, cuyo nombre ignoro, regaló un roble bastante grande, aunque no tanto como los que se habían traído ya, y además otros dos de haya.
Unos pocos más robles menores se compraron a un tratante en maderas de Urrestilla, y todo el resto de maderamen que se empleó en el edificio era de pino del Norte, se compró en Bilbao, y conduciéndolo por mar a Zumaya, desde allí se traía en carros, así vigas como las tablas.