(AHL,1-4-3 núm.34)
Memoria de la Comisión especial que se le confió al Comisario Ordenador de los Reales Ejércitos D. Miguel Pizarro y Mateos, Director de la Real Fábrica de frascos de fierro para conducir azogues a Indias, en virtud de Real Orden de 21 de Abril de 1806, para el recibo y custodia de las alhajas de oro y plata, pedrería, ornamentos y demás efectos del Real Colegio de San Ignacio de Loyola, en la jurisdicción de la villa de Azpeitia, provincia de Guipúzcoa, que se halla en poder de los P.P. Premonstratenses del monasterio de San Salvador de la Villa de Urdax, en el Reino de Navarra. Año de 1816.
El año 1767 fue la expulsión de los PP. de la Compañía de Jesús, y todas sus rentas, haciendas y Colegios se incorporaron a la Corona formándose para esto un Ramo llamado »Temporalidades de España e Indias» a cargo de un Director general, distribuyéndose en Administraciones.
El Colegio de Loyola parece que corrió por cuenta de la Villa de Azpeitia, pues en él establecieron la Casa de Misericordia, y sus alhajas y efectos se mantuvieron hasta la invasión de los franceses del año 1793, en que D. Pedro Larrumbide, vecino de Elgoibar, ayudado de doscientos hombres armados, recogió toda la plata que había en la Santa Casa de Loyola y la condujo a Madrid presentándola a S.M.; y por este servicio, lo condecoró el Rey con la cruz de la Real y distinguida Orden Española de Carlos Tercero.
Verificada la paz, fueron devueltas al Colegio parte de las alhajas y la estatua grande de S. Ignacio, en donde permanecieron hasta la segunda invasión de los franceses del año 1794. Entre los muchos estragos que hicieron los enemigos, fue uno la destrucción del Monasterio de los PP. Premonstratenses de la Villa de Urdax, en el reino de Navarra. Esta comunidad, luego que se verificó la paz el año 1796, hallándose sin casa ni domicilio, pidió a S.M. el Sr. D. Carlos 4º le concediese ocupar el Real Colegio de San Ignacio de Loyola, en la jurisdicción de la Villa de Azpeitia, provincia de Guipúzcoa, para ejercer en él las funciones de su ministerio ínterin se reedificaba su Casa y Monasterio de Urdax; y S.M. tuvo a bien concedérselo, con dicha condición, por real orden de 14 de Junio de 1797, a consulta del Consejo, y que se le entregase bajo inventario las alhajas de oro y plata que se habían salvado (en aquella época) de los franceses, como igualmente los demás efectos de la Casa, para el uso de la Comunidad y sus actos religiosos, con la obligación precisa de cumplir las cargas a que estaban afectas las Temporalidades de aquel Colegio, y además seis mil reales anuales para los reparos del edificio material.
Continuó dicha Comunidad en el Colegio de Loyola hasta el año de 1806, en que, hallándose ya reedificado su monasterio, solicitó real cédula para trasladarse a él, y con efecto, mandó S.M. que, antes de su salida, hicieran entrega formal, por los mismos inventarios, de las alhajas y demás efectos que estaban en su poder, para lo cual prevenía se nombrase una persona de toda confianza e integridad que, a nombre de S.M., se hiciera cargo de cuanto le entregara la Comunidad de Premonstratenses; cuya orden fue comunicada, para su inteligencia, al Reverendo Obispo de Pamplona, y se trasladó al Capitán General de la provincia de Guipúzcoa para el más exacto cumplimiento; el que habiendo tomado los informes convenientes del celo, exactitud, y buen desempeño en el servicio del Rey, cualidades que concurrían en el Comisario D. Miguel Pizarro y Mateos, Director de la Real fábrica de hierro para azogue, y residente en la villa de Azpeitia, le confió, a nombre de S.M., esta especial comisión de real orden de 21 de Abril de 1806, dándole las instrucciones correspondientes y los inventarios originales de las existencias de la Santa Casa de Loyola, para que, con arreglo a las reales intenciones, recibiese a su cargo cuanto allí había y que la Comunidad se trasladase a su monasterio.
Instruido ya Pizarro de cuanto tenía que obrar en el particular, ofició a la Comunidad para que diera cumplimiento a las citadas reales órdenes, pero ésta se dividió en opiniones. Los ancianos querían desde luego que se verificara la traslación, y los jóvenes pretendían la permanencia allí, o que a lo menos se quedasen tres o cuatro, que, sin duda criados en aquel Colegio, temían retirarse al desierto de Urdax; sobre cuyas diferencias hubo no pocos debates entre sí, contestaciones con el Comisionado, representaciones al Capitán General, a la Diputación de la provincia y al Consejo, pero todo fue inútil: las órdenes de S.M. estaban terminantes, y el Comisionado las llevó a puro y debido efecto.
Resolvieron, por fin, su traslación, y verificada la entrega de todo con las formalidades debidas por tres inventarios, desocuparon el Colegio el 19 de Noviembre del mismo año, y recogiendo Pizarro las llaves y tomando las medidas y precauciones más conducentes para la entera seguridad de las alhajas y demás efectos que ya estaban a su cargo, dio cuenta de haber evacuado su comisión hasta este punto con fecha 27 del mismo mes, remitiendo las diligencias originales que había actuado a la Superioridad.
Como el Colegio de Loyola se halla situado en una vega a distancia de casi un cuarto de legua de la villa de Azpeitia, temeroso Pizarro de que algunos malhechores lo asaltaran de noche y robaran parte o el todo de las alhajas, pidió al Comandante General de la provincia le facilitara un destacamento de soldados para que lo custodiasen, por haberse advertido forzada una ventana, cerrada con tablas, que caía a la huerta, de que se tomó testimonio del Escribano del Ayuntamiento; a lo que condescendió el General enviando doce hombres al mando de su sargento segundo, que mensualmente se remudaba, con cuyo resguardo estaba con toda seguridad, dejándose expedito el paso a la Capilla del Santo para que los fieles no estuviesen privados de ir a visitarla y rezar sus devociones, pues en ella se colocó la estatua de plata de San Ignacio y todas las demás alhajas que había en la Iglesia principal, manteniéndose, con las limosnas que se recogían, una lámpara encendida, invirtiéndose lo demás en cera, y se encendían dos o cuatro velas los días de fiesta y para las misas que los devotos mandaban decir, a las que asistía Pizarro o uno de sus hijos, porque a nadie fiaban las llaves de las puertas interiores de la Capilla, franqueando igualmente las del Colegio siempre que algún forastero deseaba ver aquel grandioso y magnífico edificio.
Como había fundada una Capellanía con solo el objeto de decir una misa en la Santa Capilla los días de fiesta a las ocho de la mañana para el beneficio de los colonos del barrio de Loyola, y otra para mantener una lámpara de día y noche en obsequio y culto del Santo, y como, desde la salida de los PP. Premonstratenses, todas las rentas volvió a percibirlas el Administrador de las Temporalidades de aquel Colegio D. Agustín de Retola, representó Pizarro al Director General, con el piadoso fin de que el Santo tuviera este culto y sus vecinos este beneficio, y condescendiendo la superioridad con tan justas instancias, concedió esta gracia en Abril de 1807, a lo que quedaron muy reconocidos los vecinos, y fue nombrado el beneficiado D. Manuel de Furundarena para desempeñar este cargo, explicándoles también un punto de la doctrina cristiana, como lo suplicó Pizarro; invirtiendo desde entonces las limosnas que se recogían y el producto de algunos efectos que se vendieron y que estaban expuestos a perderse, en el aseo de la Santa Capilla, limpieza de la ropa de la Sacristía, y algunos reparos que se hicieron en los tejados para la conservación en lo posible del edificio, como todo consta de documentos que obran en su poder, y con la aprobación de la superioridad, a quien daba parte fielmente de sus operaciones, acreditando su celo por el mejor servicio del Rey y el honor y culto de San Ignacio.
En este estado permaneció el Colegio hasta Mayo de 1808, en que, quitándose los franceses la mascarilla de amistad con que habían entrado en España, levantando ésta el sagrado grito de la libertad e independencia al ver la perfidia con que los Vándalos habían arrancado de su seno a su joven y adorado Rey el Señor D. Fernando 7° (que Dios guarde), sumergiendo la nación en horroroso caos de sangre, devastación y profanación de los sagrados templos, acudieron presurosos sus leales hijos a vengar con el sacrificio de sus vidas tan atroz infamia; y Pizarro dirigió el destacamento de Loyola que estaba a su cargo a Zaragoza (socorriéndolo para su marcha), donde resonaba con más favor el eco de venganza bajo el estandarte del inmortal Palafox.
Quedando abandonado el Colegio y en época tan desgraciada y comprometida en que no se sabía ni quién mandaba ni a quién se había de obedecer, resolvió Pizarro esconder todas las alhajas en el paraje que creyó más a propósito y difícil de encontrarse, dejando sólo para el preciso culto del Santo, a quien encomendaba sus operaciones, un Cáliz completo, un Relicario con reliquias de San Ignacio, que se daba a adorar a los fieles, y algunos ornamentos, haciendo esta operación con la mayor reserva, ayudado sólo de Fernando de Erausquin y de sus dos hijos D. Pedro y D. José, el primero inquilino de la posada y huerta de Loyola, de quien se fió por las pruebas que tenía de su honradez y religiosidad; cuyo secreto fue guardado tan fielmente, que ni los vecinos de Azpeitia ni los de Loyola pudieron alcanzarlo, que fue el primer prodigio que obró San Ignacio en favor de su efigie y reliquia; cuyo caso dio margen a muchas hablillas y murmuraciones entre cierta clase de gente más idiota que prudente y devota del Santo, que no querían conocer el riesgo que corrían dichas alhajas de continuar de manifiesto en la Capilla en que precisamente debían ser presa de los enemigos en la menor ocasión que se les presentara, pues nada se libertaba de su ambición y rapiña.
Llegó a tanto este fanatismo y desconfianza de parte del pueblo, que se persuadían estarían más seguras a la vista y aun en poder de los franceses, por el gran concepto que les merecían de hombres grandes y regeneradores, que sólo aspiraban a la felicidad de sus semejantes; pero, bien a su pesar, experimentaron lo contrario.
El resultado fue que las alhajas quedaron ocultas a pesar de todo, y ellos con el deseo por entonces de saber dónde se hallaban, creyendo unos si las habían cambiado a Zaragoza con la tropa que despachó, o si se presentaría con ella a la Junta Central para comprar con este presente su felicidad, y otras cosas según el modo de pensar de cada uno. Pero todos se engañaron en sus presunciones: la plata quedó oculta y defendida de la codicia francesa, como después se ha visto, y Pizarro ha tenido la gloria de haberla salvado y entregado intacta a los Jesuítas.
Encendida ya la guerra con el mayor ardor en muchas provincias de España que ocupaban ya los franceses, quedando aún libres las del mediodía después de la famosa batalla de Bailen, y creado un gobierno a nombre y representación del cautivo Rey, siendo el objeto de su instalación la ardua y difícil empresa de libertar la nación del yugo infame de Napoleón y de Murat, proclamado Lugarteniente General del Reino, Pizarro, como buen vasallo, fiel y leal a su legítimo Señor, abandonó su casa en fines de 1808 para irse a presentar a la Junta Central a fin de que lo ocuparan y poder contribuir a tan sagrado objeto. Y antes de su marcha, dejando bien aseguradas, como se ha dicho, las alhajas, dando a sus hijos las instrucciones necesarias para cualquier caso que ocurriese con los enemigos, les entregó las llaves de todo y un documento, por el que quedaba él responsable de cuanto había recibido de las Temporalidades.
A consecuencia de una orden general que había circulado el Rey intruso a principio del año de 1809 para que se entregara a su disposición toda la plata de las Iglesias y Conventos del país que dominaba con el fin de invertir su producto en la subsistencia de las tropas francesas, nombraron varios comisionados para su ejecución, y de Azpeitia y sus inmediaciones lo fue D. Joaquín María de Lerzundi, vecino de Azcoitia, quien manifestó bien su celo por el servicio del intruso ejecutando y haciendo cumplir con exactitud para él tan respetables órdenes, sacando y remitiendo a la ciudad de San Sebastián la de las iglesias que estaban a su cargo; pero con la de Loyola meditaron bien el punto y tomaron otras medidas, a más de las generales, dejándola para lo último.
Expidió la provincia orden particular, comunicada por el Corregidor a principio de Marzo de dicho año, al referido Comisionado y al Alcalde de la villa de Azpeitia, a fin de que lo auxiliara en caso necesario, para extraer la plata de Loyola; y el 11 del mismo mes fue llamado D. José Pizarro ante estos Señores y el Escribano, quienes, con toda la formalidad de proceso le hicieron los cargos que tuvieron por convenientes, a los que satisfizo de modo que no les agradó ni pudieron averiguar hubiese más plata que la citada, que constaba en el documento que le dejó su padre; la que el Comisionado trató de extraer, quedando citados para esto en la tarde de aquel día, previniendo el comisionado Lerzundi fuese un platero para arrancar la chapa del Sagrario.
Llegada la hora y reunidos en el camino de Loyola el Alcalde, el Comisionado, el Escribano, el platero y Pizarro, que había formado ya su plan para evitar aun este robo, llamó aparte al Alcalde, y quedándose atrás de los demás, le hizo algunos cargos demostrándole lo indecoroso que era que de un depósito tan sagrado como el Colegio de Loyola, cuna del Patriarca San Ignacio, paisano suyo de que tanto se gloriaban, consintiesen se extrajera ni un solo alfiler; que sería un borrón feísimo para la provincia y en particular para los hijos de Azpeitia, de que era natural el Santo, siendo bien extraño que los Pizarro, con ser extremeños, sólo por haber estado algunos años en la provincia, le tuvieran al Santo tanto afecto y tomasen más empeño que los naturales en el decoro y conservación de los intereses del Rey y de la Santa Casa de Loyola; a más que lo único que aparecía existente era la chapa de un Sagrario, un cáliz y otras menudencias para el preciso culto, todo de ninguna consideración, para acudir a la subsistencia de las tropas francesas, como se había mandado, en el concepto de que en Loyola debían existir grandes riquezas, como lo daba a entender la orden de la Provincia; por lo que le suplicaba viera el modo de contribuir a evitar esta extracción entreteniendo al Comisionado y la Provincia con la esperanza de que el Comisario Pizarro, a su vuelta a aquel país, las entregaría todas y que en el ínterin se quedasen aquellas por ser a más de las esceptuadas. Y con efecto, el Alcalde D. José Ignacio de Altuna, luego que llegaron a la Capilla y el Comisionado quiso entregarse de todo mandando arrancar la chapa del Sagrario, se opuso protestando que, ínterin hacía un recurso a la Provincia y Corregidor, no permitiría se sacase nada de Loyola hasta nueva orden, con cuya ocurrencia se indispusieron agriamente el Alcalde y Comisionado, queriendo cada cual prevaleciese su representación y autoridad; pero el Alcalde fue obedecido y todos se retiraron, dirigiendo cada uno su instancia a la Provincia y Corregidor; y éstos tardaron en resolver hasta el 24 de dicho mes.
Gozoso Pizarro de haber salido con felicidad de este primer paso logrando indisponer las dos autoridades para que no se sacara plata alguna, y conseguida una dilatoria, se consideró triunfante y con la mayor confianza de que las alhajas no serían presa de los franceses, según el plan que tenían formado.
Resolvió, por fin, la Diputación sobre las quejas que el Alcalde y Comisionado habían dirigido, y por el Corregidor se comunicó al Alcalde de Azpeitia el oficio siguiente:
»De los papeles que el Alcalde de Azpeitia me dirige se deduce que, habiéndose practicado algunas diligencias con el fin de averiguar qué cantidad de plata existe en el Colegio de Loyola, ha resultado que no se halla más que seis u ocho libras según cómputo prudencial.
Pero noticiosa yo de que debe haber más oro y plata en dicho Real Colegio, suplico a V. se sirva comunicar al expresado Alcalde de Azpeitia las órdenes más terminantes para que, averiguando bajo su responsabilidad dónde existen las alhajas de Loyola, haga la entrega de ellas a mi Comisionado D. Joaquín María de Lerzundi a fin que de este modo se facilite la subsistencia de las tropas francesas.
Me lo prometo así de la notoria justificación de V. y ruego a N.S. le guarde muchos años.= De mi Diputación, en la M.N. y L. ciudad de San Sebastián, a 14 de Marzo de 1809= José María de Soroa y Soroa por la M.N. y L. provincia de Guipúzcoa= Manuel Joaquín de Uzcanga= Sr. Corregidor de esta provincia D. Miguel Ortiz»= «Y enterado de su contenido, como también de lo que sobre el particular me expuso V. en el suyo de 12 del mismo, no puedo menos de exhortar su deber a fin de indagar formalmente el paradero de todas las alhajas de oro y plata que debe haber en el Colegio de San Ignacio de ésa, y de que con igual formalidad haga entrega de ella al Comisionado D. Joaquín Ma de Lerzundi, reservando sólo por ahora el relicario del Santo y chapa con que se halla forrado el altar principal de la capilla del mismo Santo, según me lo pide en dicho oficio.
Bien entendido que cualquiera morosidad de V. y cualquiera gestión relativa a ocultar dichas alhajas que se observe en el tenedor de ellas o encargado de su custodia, les sujetarán a la más severa responsabilidad, que sentiré tenga lugar= Dios guarde a V. muchos años, San Sebastián, 24 de Marzo de 1809=Miguel Ortiz- Sr Alcalde de la N. y L. Villa de Azpeitia».
En vista de estas determinaciones, el Comisionado Lerzundi estaba tan orgulloso, echando bravatas, creyendo tenía ya en su mano las alhajas de Loyola o que, de hacer cualquiera gestión el encargado, sería castigado y despojado de las llaves del Colegio, que es lo que todos deseaban. Y puestos de acuerdo el Alcalde, el Comisionado, el Escribano y el Licenciado D. Ignacio de Ibero como Asesor, con otras medidas judiciales y reservadas que habían tomado para todo evento, el día 29 del expresado Marzo fue llamado D. José Pizarro ante este terroroso tribunal, y presentándose con la mayor serenidad, le fue leída la orden con entera satisfacción de los jueces. Pero en el momento mismo que lo creían declarar lisa y llanamente dónde y cómo se hallaban las alhajas, desenrollando una sutil y política intriga, que no habían podido ni aun imaginarse ni a nadie había revelado, se quedaron los jueces mirando los unos a los otros figurándoseles un sueño.
El Comisionado, bramando de cólera, prorrumpió en dicterios viéndose burlado, y el Alcalde, por lo mismo, en las más serias reconvenciones por haber aguardado hasta aquel punto. El Asesor y Escribano celebraron el caso, y se dio fin al expediente proveyendo auto de remisión a la Provincia, que tuvo que callar y conformarse. Y Pizarro, lleno de satisfacciones, se volvió a su casa recibiendo las enhorabuenas de algunos vecinos que ya sabían el caso por los alguaciles. Y Loyola, con sus alhajas, quedó libre del cruel saqueo que le amenazaba.
Vuelto el Comisario D. Miguel Pizarro a Azpeitia en Septiembre de dicho año con una interesante y reservada comisión de la Junta Central, e instruido de cuanto había ocurrido, trató de sacar las alhajas del paraje en que las había dejado ocultas, y las depositó en otro sitio más seguro, donde permanecieron sin novedad alguna hasta el año de 1812.
Resentidos algunos naturales, afectos al partido del intruso, de la fidelidad y tesón con que el joven Pizarro había burlado las miras de aquel gobierno, lo acusaron de insurgente y enemigo de los intereses del Emperador, por cuya causa fue preso con otros en la noche del 3 de Octubre del referido año y conducido a San Sebastián, sufriendo y esperando lo que se deja entender de unos enemigos tan crueles; pero la divina providencia y el Santo bendito, por cuya defensa se había expuesto, lo salvaron del peligro en que se hallaba, y logró restituirse a su casa.
Por Agosto de 1812 fueron a Azpeitia unos cinco o seis mil franceses, y noticiosos de que la plata estaba escondida en el Colegio, hicieron varios reconocimientos y excavaciones pero inútiles, ocasionando de paso no poco daño en la Iglesia y efectos de la Casa, saqueando la de D. Miguel y su hijo D. Pedro, ya que no los pudieron encontrar, porque siempre que venían franceses, se fugaban con la familia a los montes, donde permanecían ocultos durante su estancia en aquel pueblo, sufriendo con el rigor de las estaciones los trabajos que se dejan discurrir, pues siempre los buscaban con el objeto de que se les entregara la plata o vengarse de ellos quitándoles la vida; mas su decidida adhesión a su legítimo Soberano, y corresponder como buenos españoles a la confianza que habían merecido de recibir aquellos intereses a su cargo, les hacía más llevaderos estos trabajos.
En Noviembre del citado año se disponía en San Sebastián otra expedición para Azpeitia dirigida por el juez de policía con la mayor reserva, pero no faltó quien penetrara el secreto de que tal juez sabía positivamente el paraje donde estaban escondidas las alhajas, lo que se notició a Pizarro el 8 del mismo Noviembre, cuya nueva le sorprendió sobremanera, cuando en el espacio de cuatro años no se había podido averiguar, por más diligencias que habían practicado los enemigos, el destino de las alhajas. Pero como no era tiempo de reflexiones ni conjeturas de por dónde se habían descubierto sino de aprovechar los momentos y salvarlas, acudió con prontitud al único recurso más favorable que había en tan crítica circunstancia, que puso en ejecución sin demora.
A este tiempo se hallaban las tropas del General Mendizabal en aquellas inmediaciones, y en la villa de Azcoitia, media legua de Azpeitia, estaba la Diputación Provincial, a quien se presentó Pizarro y, a nombre del Rey, pidió le auxiliasen para poner en salvo la plata de Loyola por el riesgo tan inminente que corría, pues, según las noticias que acababa de recibir, eran sabedores los enemigos de su paradero; con la protesta de que, verificada la paz, se las habían de devolver para colocarlas en dicho Santuario, que estaba a su cargo, hasta que S.M. dispusiese de todo lo que fuese de su Soberano agrado.
La Diputación se prestó inmediatamente, y quedaron acordes para la noche del 11 del citado mes, y habiéndose reunido, los dirigió Pizarro al sitio donde estaban enterradas las alhajas, lo que causó no poca maravilla a los Señores de dicha Diputación; y entregándolas por inventario, recibieron la estatua grande de San Ignacio y las demás que constan en la nómina que va al fin, de que dieron el correspondiente recibo.
Pero Pizarro conservó en su poder el verdadero dedo de San Ignacio, el aderezo de brillantes, y otras alhajas preciosas de mucho valor y poco volumen, que le fue fácil mantenerlas ocultas.
Inmediatamente dispuso la Junta-Diputación conducir a Bilbao este precioso depósito, donde fue recibido con la solemnidad posible, como lo publicó la proclama del cuartel general de Mendizabal del 23 del mismo mes; y para mayor seguridad, remitieron a Cádiz la estatua grande de plata de San Ignacio, y de las demás piezas dispusieron por sí, sin duda para la subsistencia de las tropas; pero hasta de presente se ignora el destino que las dieron.
Pero lo más extraño fue que, tanto en la dicha proclama, como en los oficios que la Diputación dirigió a Zumalacárregui, Diputado en cortes por la provincia de Guipúzcoa, cuando se remitió a Cádiz la estatua, no se nombraba a los Pizarros, que tanto habían trabajado y expuéstose por la conservación de estos intereses, antes por el contrario, atribuyéndose a sí los guipuzcoanos este mérito, elogiaban y ensalzaban sobremanera y en particular al Corregidor de dicha provincia,
y presidente de su Junta-Diputación por haberse expuesto a tantos peligros para su conservación y descubrimiento de dichas alhajas, tanto que no tenían comparación con lo que sufrieron los Larrumbides en la invasión pasada para salvarlas (así se explicaban los oficios); lo que puede tener alguna probabilidad, pues quizás se constiparía la noche del 11 del noviembre cuando fue desde Azcoitia a Loyola para entregarse de ellas, que hay nada menos que un cuarto de legua, y de esto podía resultarle una pulmonía y morir, pero tuvo la felicidad de no estar entonces sus días cumplidos.
Fernando de Erausquin, inquilino de la posada y huerta de Loyola, también alegó el singular mérito de la conservación de las alhajas, y el General Mendizabal, con la mayor justificación, trató de compensar en parte este servicio con cuanto estaba en sus facultades concediéndole, a nombre de Rey, por espacio de veinte años, el arrendamiento de la huerta a razón de cuatro mil y tantos reales cada uno, que aunque poco en aquel país, le serían de algún alivio. Pero en Erausquin corría siquiera otra paridad, y en honor de la verdad debe decirse que Erausquin contrajo un mérito particular, porque habiéndole confiado Pizarro el secreto desde un principio, como se ha dicho arriba, correspondió al buen concepto que le merecía de hombre honrado, pues se mantuvo firme en guardarlo hasta el fin, sin que haya un dato en contrario; pero en el Corregidor D. Pablo Antonio de Arispe todo fue falso y supuesto.
Lo cierto es que todos se querían colgar el milagro y vociferaban cuando ya no había peligro; pero en 1809 todos tenían prudencia y callaban, si no es que alguno contribuía de miedo o por interés para entregarlas a los franceses, dejando a los Pizarros, como suele decirse, en las astas del toro; mas esto nada tiene de particular, porque esta familia es extremeña y forastera en aquel país, y los vascongados conservan una hermandad estrecha, favoreciéndose los unos a los otros con el mayor interés aunque sea en perjuicio de tercero, que eso es de poco momento cuando se trata de adquirir gloria a cualquiera costa que sea.
Antes de la llegada del Santo a Cádiz, se esparcieron en aquella Ciudad muchos ejemplares de la proclama ya citada del General Mendizabal, y por casualidad la hubo a las manos D. José Antonio Pizarro, que se hallaba en la misma ciudad con motivo de haber ido a cumplir la comisión de su padre; y advirtiendo tantos elogios en honor de Arispe y que ni a su padre ni a él (a quien justamente se les debían) se nombraba, se presentó a Zumalacárregui para darse a conocer, creyendo que en los oficios o comisión que la Diputación le encargaba de presentar a la Regencia la estatua de San Ignacio, ocuparían el lugar debido. Zumalacárregui, que ni lo conocía ni estaba prevenido ni tenía antecedente alguno, le manifestó con la mayor franqueza los documentos que le habían dirigido, pero no encontró en ellos su nombre, ni más que elogios y recomendaciones de Arispe. Entonces Pizarro, le declaró y refirió cuanto había ocurrido desde el año 1806, ofreciéndole probar hasta la evidencia la realidad del hecho y desmentir sencillamente toda aquella farándula con las reales órdenes originales, los oficios y recibo de la Diputación, que acreditaba más que nada que solamente los Pizarros habían corrido con el Colegio desde aquella fecha sin intervención de nadie, y que a ellos se les debía exclusivamente la conservación y descubrimiento de las alhajas de Loyola por el orden demostrado; con cuyo motivo Pizarro hizo una exposición a la Regencia con siete documentos, que Zumalacárregui se ofreció a presentar; pero como tenía tantas ocupaciones, tardó en hacerlo desde Marzo hasta Julio de 1813, y en el ínterin llegó la estatua, se le hizo una entrada y función extraordinaria, y pidió informe el dicho Diputado a D. Manuel de Furundarena, beneficiado de Azpeitia, que había pasado a Cádiz con el honor de Capellán del Santo de plata que le confirió el General Mendizabal, el que no pudo menos de decir la verdad y hacer justicia a los Pizarros.
Como no veía resultado alguno de su exposición, recurrió a Zumalacárregui preguntándole por ella, pero por un natural olvido la tenía sepultada en su gaveta, y devolviéndola, le encargó la reformase porque con alguna acritud refería los hechos. Pero en el entretanto habían seguido las recomendaciones en favor de los otros. Sin embargo, Pizarro la simplificó y la entregó, documentada con recomendación, en mano propia del Ministro de la Gobernación de la península Alvarez Guerra; pero tuvo la felicidad de caer en la Secretaría como en un profundo pozo, teniendo igual suerte las que repitió; de modo que, por más diligencias que hizo jamás pudo saber ni aun en qué mesa se hallaban, ni parecieron estos papeles hasta que, después de la venida del Rey, se extinguió la tal Secretaría.
Habiéndose agregado el ramo de Temporalidades al crédito público, dirigió Pizarro a esta Dirección en 25 de julio de 1814 una exposición con diez y seis documentos, refiriendo cuanto le había ocurrido desde el año 1806, durante la invasión y hasta aquella fecha, con el objeto de que se diera cuenta a S.M. de este servicio, se le habilitase para reclamar las alhajas que entregó a la Provincia y se le devolviera la estatua del Santo, que permanecía en Cádiz; y en 27 de Septiembre del mismo año resolvió la Junta: que no consideraba oportuno recomendarlo, y que podría recurrir directamente sin más determinación.
En vista de tan acertada providencia, ignoraba qué resolución tomar, pues nadie le daba oídos, ni le querían tomar cuenta de lo que había recibido y estaba a su cargo; o si sería quizás efecto de la confianza que tendría el Gobierno de lo seguras que estaban las alhajas y fidelidad que había manifestado en conservarlas, de que se persuadía Pizarro fácilmente, a pesar de algunos juicios temerarios que se hicieron, de que sería todo con el objeto de que, como otros habían usurpado este mérito recomendándose a la Regencia, de que sacaron su partido, temerían ser descubiertos, y que se mandara tachar de sus servicios el que no habían contribuido, o de que no llegara la hora de averiguar el paradero de las alhajas que se entregaron a la Diputación de la provincia el 11 de Noviembre de 1812; adelantando el discurso a tanto, que no faltó quien aseguraba que en la Intendencia y Contaduría del ejército de Mendizabal no constaba la inversión del producto de las alhajas; todo lo que despreciaba Pizarro altamente como indigno del acreditado honor de la provincia de Guipúzcoa, viviendo persuadido que las destinarían al laudable fin de la defensa de la patria, como lo acreditaría el tiempo.
En 24 de Junio de 1815, volvió a representar Pizarro por el Ministerio de Hacienda para que la estatua, que permanecía en Cádiz, volviese a su Santuario, en cuyo tiempo sin duda la Provincia obtuvo real permiso para trasladarla a San Sebastián, adonde llegó por Septiembre del mismo año, y fue colocada en la parroquia de Santa María de aquella Ciudad, con cuyo motivo instó otra vez Pizarro en 28 de Octubre siguiente, como Regio Comisionado y libertador de las alhajas de Loyola, volviese a su poder la referida estatua y demás alhajas que entregó a la Provincia, con esta protesta, para mantenerlas en su poder con las que aún conservaba, ínterin S.M. disponía de todo lo que fuera de su soberano agrado.
Por fin, se dio curso a este expediente a los dos años y medio de instancias, y el Ministerio de Hacienda lo pasó a informe a la Dirección del Crédito público, y éste a la Contaduría de Temporalidades, donde estaban los antecedentes del año 1806; y evacuado, acordó se mandara hacer un cotejo por los inventarios originales de lo que recibió Pizarro, y saber lo que existía, cuyo encargo se dio al Director de la Aduana de Guipúzcoa para que comisionara una persona de su confianza que evacuara esta diligencia, que confirió al Comisario de Artillería D. Pedro Piñeiro, quien se presentó en Azpeitia y, habiendo verificado el cotejo, contestó lo siguiente:
»En vista del Oficio y expediente que V. me pasó en 20 del actual, me transferí a la villa de Azpeitia, y haciendo sabedor del objeto de mi comisión al Comisario Ordenador D. Miguel Pizarro, di principio al reconocimiento y comprobación con el inventario unido al citado expediente de las alhajas y efectos del Colegio de Loyola que, en virtud de Real Orden, se hallan bajo el cuidado y custodia del citado Comisario, resultando existía (con las que entregó a la Diputación de esta provincia, cuyo recibo original me ha exhibido), además del número de alhajas que en aquél se citan, las que van estampadas al margen de este oficio. En el mismo caso de exactitud encontré los ornamentos, cuadros, reloj, etc. observándose trastorno y un déficit en la librería y muebles de habitación a causa de las invasiones (según me informó acorde el vecindario) de los franceses en la última guerra; y los que se han conservado no fueron reconocidos y comprobados por estarse sirviendo de ellos el Controlox D. Ángel Galloso y demás empleados del Hospital militar establecido actualmente en el Colegio, a quien se los entregó Pizarro de orden del Excmo. Sr. General del 4º Ejército D. Manuel Feyre».
»De lo que llevo dicho e informes que he adquirido en la villa de Azpeitia, resulta el puro desempeño del citado D. Miguel en esta Comisión, a costa de varios trabajos y menoscabo de sus intereses en las repetidas ocasiones que se vio precisado a fugarse abandonando su casa para preservar las alhajas».
»Con lo que dejo cumplimentado el precitado oficio de V., devolviéndole el expediente que le acompañaba=Dios guarde a V. muchos años, Plasencia, 30 de Octubre de 1815=E1 Comisario de Artillería Pedro Piñeiro= Sr. D. José. Ma. Campuzano.
Nota=Alhajas que constan al margen de este oficio, que resultaron a más de las inventariadas.
»Un topacio grande de mucho valor, guarnecido de oro, con un Jesús estampado en su centro=Un relicario de oro filigranado =Un Jesús pequeño con rayos de oro».
En vista de estas diligencias de que se dio cuenta a S.M. por el Ministro de Hacienda, se le comunicó a Pizarro una real orden que dice así:
»Dirección del Crédito Público =En 9 de este mes nos dice el Sr. Secretario de Estado y del Despacho de Hacienda lo que sigue».
»Enterado el Rey N.S. de la instancia hecha por D. Miguel Pizarro, Comisario Ordenador de los reales ejércitos y Depositario de las alhajas del Colegio de Loyola de la villa de Azpeitia, para que se vuelva a su poder una efigie de plata de San Ignacio que fue embiada a Cádiz por disposición de la Junta-Diputación de la provincia para librarla de la rapacidad de los franceses.
Y resultando del cotejo practicado que existen en su poder las alhajas y efectos que se le dieron en custodia, excepto las comprendidas en la adjunta nota que fueron entregadas por Pizarro a la Junta-Diputación provincial, ha tenido a bien el Rey mandar que se den gracias por su celo y puntualidad en la conservación de las alhajas que se fiaron a su custodia, y que se le devuelvan las que entregó a la Diputación juntamente con la efigie de plata de S. Ignacio para que las conserve en su poder y a disposición de S.M. Dándole la comisión y encargo suficiente para averiguar el paradero de ellas, y de real orden lo participo a V.V. para los efectos conducentes a su cumplimiento= Y lo comunicamos a V. para su cumplimiento en cuanto le corresponde=Dios guarde a V. muchos años. Madrid, 19 de Diciembre de 1815.=Bernardino de Torres=Diego de la Torre= S. D. Miguel Pizarro=»
En cumplimiento de esta soberana resolución, pasó oficio Pizarro a la Diputación de la provincia con inserción de la real orden para los fines que expresa; y con fecha 30 del mismo Diciembre le contesta: «Que le remita su estado o razón de las alhajas que entregó a la Junta para reclamarlas de los individuos que en aquella época componían la Diputación». La que remitió Pizarro con oficio de 4 de Enero de 1816; y como se desentendía de la entrega de la estatua que existía en su poder, le expuso= «Y como puede suceder que por algún incidente se retarde la recolección de las alhajas de plata entregadas, y por otra parte no dudando yo que la efigie de plata de San Ignacio está efectivamente en el día a la disposición de V.S., espero que, en cumplimiento de la orden del Rey, se servirá disponer por pronta providencia se me haga la entrega de ella como está mandado» etc.
A este oficio no tuvo a bien contestar la Provincia hasta el 17 de Enero, diciendo: «Que con aquella fecha pasaba el correspondiente oficio al Dr. D. Juan Manuel de Tellería preguntándole el paradero de las alhajas; y que como la efigie fue conducida desde Cádiz a su costa en virtud de una real orden, había elevado la correspondiente representación a S.M. suplicándole que la custodia de ella quedase a su cargo hasta que se restablecieran los Jesuítas en su distrito y se la entregara»= A lo que contestó Pizarro «que se conformaría, como siempre lo había hecho, con las respetables decisiones de S.M.» Pero esto no se oponía a que hiciera las gestiones que creyera oportunas en cumplimiento de su comisión, de que debía dar cuenta de cuanto le ocurriera, como lo hizo de la falta de cumplimiento de la Provincia en no querer entregar la estatua y dilatar la contestación hasta el 17 de Enero, que fue una verdadera entretenida para dar lugar a su recurso sin contradicción, que difirió por el Ministerio de Gracia y Justicia, donde no obraba el expediente ni tenía noticia de la orden del 9 de Diciembre expedida por el de Hacienda.
De lo que se puede inferir, que este plan iba sólo dirigido a destruir el mérito, constante, leal, puro y desinteresado, que a costa de tantos sacrificios había adquirido Pizarro, y dejar ilusoria la citada real orden; y si no, cotéjese el celo actual de las provincias en querer tener el honor de entregar la estatua a los Jesuítas cuando se restablecieron en su distrito, con el acendrado que manifestó en Marzo de 1809 con la misma estatua, como se ha referido ya; y por lo mismo se puede sacar en consecuencia que no es menester ir muy lejos para encontrar la razón de por qué en dos años y medio no consiguió Pizarro, por ninguno de los registros que tocó, se diese curso a su expediente. En consecuencia de estas medidas, expidió el Ministerio de Gracia y Justicia la orden siguiente, con fecha 2 de febrero, que comunicó a la real Junta del restablecimmiento de los Jesuítas, y ésta a la Provincia y al Reverendo Obispo de Pamplona.
»Condescendiendo el Rey con la solicitud de la provincia de Guipúzcoa, se ha servido S.M. mandar que la efigie de plata de San Ignacio de Loyola del Colegio del mismo nombre, sito en la jurisdicción de la villa de Azpeitia, que actualmente se halla colocada en la Iglesia Matriz de la ciudad de San Sebastián, subsista a cargo de la misma Iglesia hasta que se restablezcan en aquel solar los Jesuítas y se pueda hacer a ellos la entrega formal de dicha efigie de San Ignacio de Loyola».
Quedó sin aclararse este punto, sobre cuál de las dos órdenes debía regir, y si la segunda derogaba a la primera, aunque aquélla terminantemente declaraba el mérito contraído por Pizarro, a causa de habérsele comunicado la real orden siguiente=
»Capitanía general de Guipúzcoa=De orden de la Real Junta del restablecimiento de Jesuítas, me dice el Sr. D. Manuel Abad en 1º de este mes lo que copio=Exmo. Señor con esta fecha, de orden de la real Junta del restablecimiento de Jesuítas, digo al Padre Comisario General de la Compañía de Jesús lo que sigue=
El Rey N.S., a consulta de la real Junta del restablecimiento de Jesuítas de 12 de Marzo último, se ha dignado resolver:
Que desde luego se restablezca el Colegio de Loyola en la jurisdicción de Azpeitia, provincia de Guipúzcoa, con la calidad prevenida en el real decreto de 29 de Mayo próximo pasado, para que en él ejerzan los religiosos que se destinen las funciones de su ministerio.
Que por ahora se les haga entrega de las rentas y censos que están corrientes en el día, con la obligación de cumplir las cargas especificadas a que están afectas.
Que teniendo consideración a que el importe de ellas no podrá exceder de ocho mil reales líquidos, deducidos, de los ciento cuarenta y cinco mil ochenta y dos reales a que asciende su totalidad, ciento treinta y cuatro mil ochocientos cuarenta y tres por los réditos de los fueros y de los capitales impuestos en la Caja de consolidación, se les contribuya con doce mil reales anuales de los veinte y cuatro mil que, deducidas cargas, quedan sobrantes de las Temporalidades del Colegio de San Sebastián, para que con ellos puedan atender a su subsistencia y a la reparación en parte de las quiebras y reparos que necesitan el edificio y la Iglesia.
Que si el Hospital militar subsistiese todavía en el Colegio, se deje prontamente libre y desembarazado, trasladándolo a otro edificio cómodo, a cuyo efecto ha mandado S.M. que por el Ministerio de la Guerra se expidan, como ya se ha hecho, las competentes órdenes a V.E.
Y finalmente que, a su debido tiempo y con las formalidades debidas, se haga la entrega, bajo de inventario, del edificio material, Iglesia, fincas, bienes, derechos y acciones que fueron, existen y se conocen por de la pertenencia de aquella casa, con los títulos y documentos de propiedad, otorgándose la competente escritura por el Alcalde ordinario y Ayuntamiento de Azpeitia, y la persona que autorice V.R. en nombre y representación de su Religión, con la obligación precisa de cumplir las cargas que sobre sí tengan los bienes, y de remitir copia de ellas, antes de solemnizarla, a esta real Junta para su examen y aprobación. Dios guarde a V.R. muchos años. Madrid 1º de Abril de 1816. Manuel Abad. R.P. Comisario General de la Compañía de Jesús.»
»Lo comunico a V.E. de orden de la misma Junta, para que se halle enterado. Y resultando del expediente que las alhajas de oro y plata, ornamentos, librería, muebles y otros efectos se entregaron el año de 1806, por especial encargo del Capitán General de esa provincia, al Comisario D. Miguel Pizarro, ha mandado S.M. por resolución a la misma consulta, que se recojan de su poder, y que se forme y remita lista de las que existan, con expresión de las que hayan padecido extravío y de la causa que lo motivase, todo con el fin de hacer a su tiempo la entrega a los religiosos, bajo el inventario que deberá formarse.
La Junta espera del celo de V.E. por el real servicio, que tomará las providencias más eficaces para que esto se verifique con la brevedad posible, y que en cuanto esté de su parte cooperará en la pronta realización de los deseos de S.M. apartando los obstáculos que puedan demorarlos.
Y lo traslado a V.E. para que en la parte que le corresponda, disponga su puntual cumplimiento= Dios guarde a V.E. muchos años. Tolosa, 5 de Abril de 1816. Juan Carlos de Areizaga. S.D. Miguel Pizarro».
En vista de esta real determinación, el Ayuntamiento de la villa de Azpeitia, recibió por inventario cuanto estaba en poder de Pizarro, y al mismo tiempo lo entregó a los PP. Jesuítas del Colegio de Loyola, resultando la mayor exactitud, desinterés y fidelidad en su custodia, como lo acredita el P. Rector de dicho Colegio en el documento siguiente.
»Certifico yo, abajo firmado, que de varios documentos y dichos de personas fidedignas, consta que el Sr. D. Miguel Pizarro, Comisario Ordenador de los reales Ejércitos, ha mostrado gran empeño y solicitud en conservar las alhajas del Real Colegio y Santa Casa de Loyola y gran fidelidad y exactitud en restituirlas= Loyola 14 de Mayo de 1816. Faustino Arévalo, Rector del Real Colegio y Santa Casa de Loyola.»
Y habiendo concluido esta comisión, dio parte Pizarro a la real Junta del restablecimiento de Jesuítas, con fecha 20 del mismo mes, para que, en vista del puro y exacto desempeño con que la ha cumplido por espacio de diez años que ha tenido a su cargo el Real Colegio de Loyola, sus alhajas y efectos, el desinterés con que la ha servido, sin que le haya resultado ningún beneficio, que ni se le ha ofrecido, ni él en todo este tiempo lo ha solicitado, antes por el contrario ha padecido bastante menoscabo en su casa e intereses y no pocas incomodidades, exponiendo su vida y la de sus hijos D. Pedro y D. José, sufriendo mucho quebranto con toda su familia durante la ocupación de aquel país por los franceses desde el año 1808 hasta el de 1814, por preservar este sagrado depósito fiado a su custodia por su legítimo Señor, teniendo la incomparable gloria, a costa de tantos sacrificios, de volvérselo intacto y aun entregando más de lo que consta recibió, con lo que se prueba su fidelidad y delicadeza, que siempre ha manifestado en el real servicio; esperando de la justificación de la real Junta que, mediante resultar así el expediente se sirva elevar su mérito a los pies del Trono, para que S.M. se digne dispensarle la gracia a que su innata piedad le considere acreedor.
Nómina de las alhajas que se citan arriba
Recibo que dio la Junta-Diputación de la Provincia de Guipúzcoa.
El Comisario D. Miguel Pizarro, Comisionado por S. M. el Señor Don Fernando 7a (que Dios guarde) en esta villa, entregó el día 10 del presente a los Señores D. Pablo Antonio de Arispe, Corregidor de esta provincia, y a D. Juan Manuel de Tellería, Diputado General de la misma, con intervención del Coronel D. Juan de Ogartemendia, las alhajas siguientes todas de plata:
Todo de plata
Azpeitia 10 de Noviembre de 1812
Juan Manuel Tellería
Y en vista de haberse dado entero cumplimiento a la orden citada de lº de Febrero de este año, la real Junta acordó pasar el siguiente oficio recomendación, en 19 de Junio siguiente, al Exmo. Sr. Secretario de Estado y del Despacho Universal de Gracia y Justicia.
»Exmo. Señor. En 19 de Febrero de este año ocurrió a la real Junta del restablecimiento de Jesuítas D. Miguel Pizarro y Mateos, Comisario Ordenador de los Reales Ejércitos, Director de la construcción de frascos de fierro para azogue, y Comisario especial del Colegio de San Ignacio de Loyola, con la solicitud de que se recomendase a S.M. una representación que acompañaba, para que se sirviera concederle la gracia a que le considerase acreedor por el mérito que había contraído en la conservación de las preciosas alhajas de dicho Colegio, fiadas a su custodia. Pero como a la sazón se estuviese tratando en la Junta del restablecimiento de aquel Colegio, suspendió acordar providencia a dicha pretensión hasta que, verificado, se acreditase más en forma la exposición de Pizarro.
Posteriormente, y por resolución a consulta de esta Junta de 12 de Marzo, tuvo a bien determinar el Rey N.S. el restablecimiento del Colegio de Loyola y la entrega a los PP. Jesuítas de todas sus pertenencias, lo que ha tenido efecto; y a su virtud, ha acreditado Pizarro, con Certificación del P. Rector de aquel Colegio, su esmero y solicitud en la conservación de sus alhajas y su fidelidad y exactitud en restituirlas a aquella Santa Casa, y ha insistido en la pretensión que hizo en 19 de Febrero. Con inteligencia de todo, ha acordado esta real Junta, que yo, como su decano, pase a manos de V.E. la mencionada representación de D. Miguel Pizarro para que se sirva dar cuenta a S.M. a fin de que, en consideración al particular servicio de este interesado, a su celo y desinterés en los diez años en que han estado encomendadas a su cuidado las alhajas de dicho Colegio, y muy especialmente el mérito que ha contraído en el cumplimiento de este encargo durante la dominación enemiga, en cuya época ha padecido por su causa, y atendidas las circunstancias que en él concurren, se digne dispensarle S.M aquella gracia a que su bondad le considera acreedor».
»El Ministerio de Gracia y Justicia, de orden del Rey lo pasó al de Hacienda para que se premiasen estos servicios.
Madrid lº de Julio de 1816".
Jose Antonio Pizarro