(AHL.2-5 «Diligencias practicadas en la extrañación...», fol.9-42)
En la villa de Azpeitia, que es en esta M.N. y M.L. Provincia de Guipúzcoa, a cosa de las tres y media horas de la mañana de hoy día tres de Abril de mil setecientos sesenta y siete, el Señor D. Francisco Javier Folch de Cardona, del Consejo de S.M., su oidor en la Real Chancillería de Valladolid, y Corregidor de esta referida Provincia, habiendo hecho comparecer a su presencia al Licenciado D. Francisco Javier de Altube, Alcalde actual de esta mencionada villa, y a mí el Escribano, nos mandó le acompañásemos a su Señoría al cumplimiento de una Real determinación del Rey nuestro Sr. (Dios le guarde). Y ofrecido ejecutar según y con la eficacia que corresponde a la obligación de ambos, teniendo también prevenido para lo mismo en la casa de habitación de su Señoría a Enrique Antonio de Zaloña, Alcaide Carcelero de esta Provincia, con Juan José Pascual de Iturriaga, Escribano Real de S.M., oficial amanuense que fue de mí el Escribano, y Nicolás Vicente de Aramburu mi criado, salió el expresado Señor Corregidor, con todos los que van expresados, de la mencionada su casa, y dispuso que D. Jaime Butler, oficial del Regimiento de Irlanda, que, con treinta hombres de su escolta, se hallaba en la antepuerta de la misma casa prevenido para observar las órdenes de su Señoría, le acompañase en la misma forma.
Y emprendido todos el camino a pie, a beneficio de la luz de un farol y hacha de viento, por el Camino Real que se dirije hacia el Colegio de San Ignacio de Loyola, que dista del cuerpo de esta villa poco menos de media hora de camino, llegado a la plazuela o campo frontero de dicho Colegio, mandó su Señoría que el mencionado Alcalde, como práctico de todas las salidas de dicho Colegio, pasase a cercar éste y su huerta con dicho D. Jaime y parte de los soldados de su escolta, y pusiese las convenientes centinelas en los parajes necesarios por los costados y espalda de dicho Colegio y huerta, con la orden de no permitir a ninguna persona salida ni entrada en él ni en su huerta, y que también pusiese en el Camino Real y tránsito que hay desde dicho Colegio y villa de Azpeitia para la de Azcoitia, a fin de cuidar de que ninguna persona pasase a dicha villa de Azcoitia, por que en ella ni su Colegio de Jesuítas se tuviese noticia de la entrada de su Señoría y de la tropa en el de Loyola, para por este medio asegurar mejor el cumplimiento de la Real Orden comprensiva también a dicho Colegio de Azcoitia.
Y en este tiempo se mantuvo su Señoría, a una con mí el Escribano, mis dos oficiales, Alcaide Carcelero y parte de la mencionada escolta de tropa, guardando la frente de dicho Colegio, sus puertas y las de su Iglesia por la parte exterior.
Y a luego que dichos Alcaide y oficial volvieron, puestas las centinelas respectivas, a la frente de dicho Colegio, y puestas también algunas a la vista de las puertas de él con la misma orden, dispuso dicho Señor Corregidor el que se llamase con la campana de la portería de dicho Colegio a fin de que abrieran su puerta, encargando a todos los de la comitiva que, luego que dicha puerta fuese abierta, entrasen junto con su Señoría y con mí el Escribano dentro de dicho colegio, y se cerrasen por dentro las puertas por donde fuesen introduciendo.
Y habiendo llamado por tres veces por medio de dicha campana a cosa de las cuatro y media, poco antes que amaneciese el día, acudió a dicha portería el Procurador del mismo Colegio, y abierta la puerta, se introdujo inmediatamente dicho Sr. Corregidor, a una con el mencionado Alcalde, oficial, parte de escolta y con los demás que van citados, acompañándole a su Señoría yo el Escribano sin separarme en ningún momento de su lado, como me lo tenía prevenido.
Y luego encargó a dicho Procurador le dirigiese a la presencia del Padre Rector del mismo Colegio, y hecho así, le ordenó dicho señor Corregidor, requiriéndole en nombre del Rey nuestro Sr., al mencionado Padre Rector convocase inmediatamente a todos los religiosos de la Compañía de Jesús que se hallaban en dicho Colegio, sin exceptuar ni al Hermano cocinero, por llamamiento de campana o en la forma que acostumbraba, en el salón que tuviese el Colegio destinado para las juntas de su Comunidad. Y respondiendo dicho Padre Rector que las juntas de Comunidad se hacían en su aposento, hizo llamar a todos por toque de campana y valiéndose de mensajeros Coadjutores y criados, y por disposición de dicho Señor Corregidor, fueron entrando dicho Padre Rector y todos los demás Padres y Coadjutores que estaban en dicho Colegio en un aposento del segundo tránsito, en que habitaba el mismo Padre Rector.
Y habiendo asegurado éste hallarse juntos en dicho aposento todos los Religiosos residentes en dicho Colegio, y separadamente de ellos, fuera de dicho aposento y a la vista, los seis muchachos criados que servían y se mantenían en él, preguntó dicho Sr. Corregidor si había algún otro Religioso o persona dentro de dicho Colegio, y respondíndole había tan solamente unos Clérigos y Caballeros que estaban en Ejercicios, y entre ellos D. José Jacinto de Azcue, Fiel Síndico Procurador General de los caballeros nobles hijosdalgo de la referida villa de Azpeitia, D. José Antonio de Garmendia, vecino concejante de ella, y el Licenciado D. José Joaquín de Torrano, Abogado de los Reales Consejos, residente en el tribunal del Corregimiento de esta Provincia, mandó dicho Señor Corregidor concurriesen también éstos en dicho aposento a una con el mencionado Alcalde a ser testigos presenciales de lo que en él se ejecutaba; y en cumplimiento de esta determinación, fueron llamados, y concurrieron en dicho Aposento el mencionado Alcalde y los tres ejercitantes seculares que van citados.
Y encargado dicho Señor Corregidor al cuidado de la escolta la custodia de los seis muchachos criados de dicho Colegio, entró a una con mí el Escribano en el mencionado aposento donde estaban juntos todos los expresados Religiosos Jesuítas y los tres testigos suso expresados, y me mandó a mí el Escribano asentase la nómina de todos ellos, y en su presencia lo ejecuté en la forma siguiente...
Todos estos siete Sacerdotes residentes en dicho Colegio, quienes advirtieron que, aunque también suele residir en él el Padre José de Zubimendi, éste se halla actualmente predicando misión en la ciudad de Arnedo en la Rioja.
Padres Coadjutores residentes también en el mismo Colegio:
Y estando así juntos los diez y siete Religiosos que van asentados, en presencia del mencionado Alcalde y tres ejercitantes, me entregó dicho señor Corregidor a mí el Escribano un Decreto Real de S.M. (Dios le guarde), su fecha veinte y siete de Febrero último, dirigido al Exmo. Sr. Conde de Aranda, Presidente del Consejo, inserto en copia impresa firmada con fecha de primero de Marzo último por dicho Exmo. Señor, para que en voz inteligible les leyese a todos los del Colegio dicho Real Decreto. Y lo ejecuté así, y concluida la lectura, y intimádoseles por dicho señor Corregidor su puntual cumplimiento, respondieron el Padre Rector y otros que, con la veneración debida, obedecían y estaban prontos a cumplir efectivamente con la Real Orden de S.M.; y preguntádoles si alguno de ellos, por indisposición u otro legítimo motivo, se hallaba impedido de ponerse en marcha en caballería que se les proporcionaría para el efecto, respondieron que todos, sin la menor excusa, estaban prontos a ponerse en camino para donde se les ordenase.
Y a luego de lo referido, el mencionado Señor Corregidor, manteniéndose los Jesuítas, como les mandó, dentro de dicho aposento, me ordenó a mí el Escribano tomase y pusiese el correspondiente asiento de los mencionados seis muchachos seculares que habitaban dentro de dicho Colegio, y son los siguientes...
Y mandó dicho Sr. corregidor a los soldados de su escolta no dejasen salir de dicho Colegio ni entrar en él a ninguna persona sin expresa orden suya.
Ejecutado lo referido, el mencionado Sr. Corregidor se informó de los Padres Rector y Procurador actual de la casa del paradero del archivo de papeles y libros del Colegio, como de los caudales existentes en él, y asegurádole hallarse en los aposentos de dichos Padre Rector y Procurador Mugarza, y intimádoles a ambos respectivamente la manifestación de todos los caudales existentes dentro de dicho Colegio, manifestaron, es a saber, el Padre Procurador Mugarza,
1. En el escritorio menor de su aposento, un talego en que había diez y nueve mil novecientos y ochenta y nueve reales, y catorce mil en diferentes monedas de oro y plata, que no se pesaron, como ni tampoco ninguna otra moneda por no dilatar las demás diligencias que subseguirán.
2. En otra bolsa cincuenta y cuatro y medio pesos duros en la misma especie y en plata menuda.
3. En otro talego de pesetas, que no se contaron por no dilatar la ida a Azcoitia, aseguró dicho Padre Procurador habría algunas novecientas y cincuenta a corta diferencia.
4. En otra bolsita, según relación también del mismo Procurador ciento y cincuenta reales a corta diferencia en plata.
5. Otro talego con reales de plata, que tampoco se contaron.
6. Y otro talego, todo con moneda de vellón, que, según expresó dicho Procurador, habría unos cien reales.
Todas las cuales dichas cantidades entró dicho Sr. Corregidor en sus talegos o bolsas en el mismo escritorio donde se hallaron, y cerrado éste, tomó su llave.
Y en el mismo aposento del Padre Procurador se recogieron un libro de rentas de las casas, caserías, tierras y censos que tiene dicho Real Colegio de Loyola, en el que se hallan las cuentas con los inquilinos y censualistas contenidos en los índices, que, según lo numerado, contiene doscientas y noventa y cuatro hojas, inclusas en ellas diferentes blancas sin escrito; y rubriqué yo el Escribano al pie del índice y al fin de dicho libro.
Otro titulado libro del Becerro de la hacienda raíz, Juros, Censos y demás que tiene este Real Colegio, foliado hasta el trescientos y seis, con algunas hojas en blanco; y rubriqué al fin de lo escrito, como también al pie del índice.
Otro libro de cuentas particulares de Colegios y otras personas, con su cartapacio de índice por abecedario, foliado en doscientas ochenta y cuatro hojas, y muchas de ellas blancas sin escrito; y rubriqué la primera hoja foliada y también a la vuelta del folio doscientos ochenta y cuatro.
Y se hallaron también otros diversos libros pertenecientes a la comunidad. Y en esta manifestación, como persona instruida, concurrió también el expresado Hermano Francisco de Anduaga, Procurador jubilado de este Colegio.
Los cuales dichos libros y todos los papeles de Archivo del Colegio y Procuraduría que existían en dicho aposento quedaron asegurados en él cerrando su puerta con llave, la que tomó dicho Sr. Corregidor y puso un soldado de centinela con bayoneta calada en guardia de dicho aposento cerrado.
Inmediatamente el referido Sr. Corregidor, habiendo vuelto con mí el Escribano y con el Padre Rector y Hermanos Anduaga y Mugarza al aposento Rectoral, manifestó dicho Padre Rector en una arca cerrada con dos llaves, es a saber, por dinero perteneciente al Colegio, un talego con las monedas siguientes:
Nueve doblones de a ocho. Veinte y dos doblones de a diez pesos. Noventa y dos doblones de a cinco pesos. Diez y seis medios doblones de a dos pesos y medio. Trescientos y cuarenta y cinco escuditos de oro de a veinte reales. Un bolsillo con diferentes monedas de oro y plata, que el Padre Rector aseguró ser de limosnas de la Santa Capilla.
En otra bolsa quince mil novecientos y cincuenta reales y doce maravedieses en oro, que aseguraron dichos Rector y Procurador ser pertenecientes a la herencia de Ignacio de Ibero, ya difunto, y hallarse en depósito. Y se encontró también en la misma bolsa un papel escrito con la nota de ser dicho dinero perteneciente a dicha herencia.
En otra bolsa se hallaron también quince mil reales de vellón en oro, con un papel que contenía ser dicha cantidad de Francisco de Ibero, y aseguraron dichos Padres tenerla en depósito.
En otra bolsa se encontraron seiscientos y cuarenta y cuatro reales y doce maravedises, con su papel que decía ser pertenecientes a la herencia de Motrico para emplearlos en su beneficio.
Y unas alhajas de plata de algún taller antiguo de mesa, que dicho Padre Rector expresó ser de D. Bruno de Ubilla, vecino de Marquina, y que constarán de los respectivos papeles.
Todas las cuales dichas cantidades y alhajas de plata puso el referido Sr. Corregidor en la misma arca donde anteriormente estaban, y cerró con las dos llaves, las que recogió a su poder; y por no dilatar la ejecución de las demás diligencias, no se pesaron las monedas de oro ni se contó el dinero que había en dicho bolsillo de limosnas de la Santa Capilla.
Y ejecutado lo referido, mandó su Señoría a todos los Jesuítas que se mantenían en el aposento Rectoral y a dichos ejercitantes pasasen a sus aposentos respectivos, como también dichos Padres Rector y Procurador otros en lugar de los suyos, que quedarían cerrados, y tomasen el conveniente descanso ínterin se providenciase el apronto de las caballerías correspondientes para su marcha; y que el cocinero y muchachos hiciesen los respectivos servicios en el Colegio para prevenir el alimento y comodidades acostumbradas a los Padres, sin salir del interior de dicho Colegio, en cuyas puertas de salidas se pusiesen también diferentes centinelas por la parte interior, cerrándolas con llaves dichas puertas, como las de la Iglesia, Santa Casa, Capilla y Sacristía, las cuales y otras diferentes llaves que se adquirieron de pronto, se pusieron en dicho aposento Rectoral, y cerrada la puerta de éste con llave, la recogió dicho Sr. Corregidor, y puso también un soldado de centinela con bayoneta calada en guardia de dicho aposento Rectoral por de fuera, con orden de no permitir a ninguno el acercarse a dicha puerta.
Y con tanto, dejando lo respectivo a dicho Colegio de Loyola en el estado que va explicado, por cuanto de manetenerse en él su Señoría arriesgaba con la dilación el cumplimiento de la resolución de su Majestad en lo tocante al Colegio de Jesuítas de Azcoitia sin embargo de las centinelas puestas en los caminos para que ninguno pasase, despidió dicho Sr. Corregidor al mencionado Alcalde de Azpeitia, encargándole practicase en su pueblo las más vivas diligencias a agenciar cuantas caballerías pudiese para el avío de dichos Religiosos Sacerdotes y Coadjutores, pues aunque tenía pedidas con propio hasta diez y seis a la Justicia de la villa de Tolosa, que dista de este colegio cuatro leguas, se necesitaban más.
Y previno dicho Sr. Corregidor a los tres ejercitantes seculares y seis Clérigos que estaban en dicho Colegio, que en el mismo día deberían salir de dicho Colegio, y se previnieron para el efecto.
Y llegada la hora de las ocho y media de dicha mañana en las diligencias precedentes, emprendió dicho Sr. Corregidor a pie el camino para dicha villa de Azcoitia, que dista cosa de media legua, con dicho oficial, parte de la escolta, y con mí el Escribano y mis oficiales plumarios; y sin la menor mansión, llegamos al portal de la referida villa, y desde él envió a llamar dicho Sr. Corregidor al Alcalde de la referida villa.
Y luego que éste llegó, y habiéndose juntado a dicho Sr. Corregidor D. Vicente María de Alcibar y Acharan, y D. Joaquín de Arizteguieta, les dijo a los tres el referido Sr. Corregidor le acompañasen, como lo hicieron; y luego pasamos todos al Colegio pequeño de la Compañía de Jesús que hay en dicha villa; y inmediatamente mandó su Señoría al P. Ignacio María de Altuna, Rector de dicho Colegio, juntase en su aposento a todos los Religiosos Sacerdotes y Coadjutores que residían en dicho Colegio, y lo ejecutó al punto, y son:
Estos tres sacerdotes.
Y aseguró dicho Padre Rector ser los únicos que residen en el mencionado Colegio, y que dentro de él ningún otro habita, aunque les asiste para recados que se les ofrece un chico llamado Agustín de Bastida, que al presente no estaba en dicho Colegio.
Y estando así juntos con asistencia del mencionado Alcalde y de los dos Caballeros que van citados, el referido Sr. Corregidor me mandó a mí el Escribano les leyese en voz inteligible el mismo Real Decreto intimado la mañana de este día a los Padres del Colegio de Loyola, y cumpliendo con esta orden yo el Escribano, les leí y notifiqué el expresado Real Decreto a los mencionados cinco religiosos Jesuítas en presencia de dicho Sr. Corregidor y del referido Alcalde, y dos caballeros. Y enterados, dijeron que, como fieles vasallos del Rey nuestro Señor (Dios le guarde), estaban prontos al cumplimiento de su Real resolución.
Y luego, habiendo preguntado dicho Sr. Corregidor al mencionado Padre Rector quién corría con el empleo de Procurador en dicho Colegio, le respondió que con este cargo de Procurador corría el mismo Rector, y que le ayudaba el Hermano Gabriel de Arizti; por lo que inmediatamente les mandó dicho Sr. Corregidor manifestasen el caudal que en dicho Colegio existía, y manifestó dicho Arizti cuatrocientos veinte y seis reales y seis maravedises en dinero en un doblón de a ocho, un Orito de veinte reales y en veinte y cinco pesetas en plata en una bolsa, asegurando ambos no haber más dinero de dicho Colegio. Y declaró había en él unas sesenta y nueve fanegas de trigo a corta diferencia, una arroba de azúcar, de cuatro a cinco arrobas de aceite, diez arrobas de vino, y cuatro fanegas de maíz.
Y pedidos los libros de propios, créditos, débitos y cuentas del mencionado Colegio, manifestaron, es a saber, un libro titulado de Recibo, foliado en ciento y cincuenta y cinco hojas en su final, donde puse mi rúbrica yo el Escribano.
Otro libro titulado de Gastos, el cual concluye lo escrito al folio ciento y diez, en que también puse mi rúbrica.
Otro libro titulado de Censos, que concluye al folio trescientos sesenta y dos, con diferentes hojas blancas dentro de él; y rubriqué a la vuelta del citado folio trescientos sesenta y dos.
Otro libro titulado de Caserías y Ganado pertenecientes al Colegio, y está foliado lo respectivo a Caseríos hasta el folio ciento y doce, y empezado de nuevo a foliar con el folio lº lo respectivo a Ganado, se halla foliado hasta el cincuenta, en cuya vuelta puse mi rúbrica.
Otro libro titulado de la misión de Arteaga, que concluye con el folio trescientos y dos, teniendo dentro muchas hojas en blanco, y rubriqué a la vuelta de dicho último folio.
Y asimismo manifestó dicho Padre Rector tener en calidad de depósito algunos reales en dinero, pertenecientes en particular a los otros cuatro Religiosos, en cuatro bolsitas, que las entregó: la una con la nota de ser del Padre Basterrica, en la que se hallan quinientos diez y seis reales y seis maravedises; en otra, con la nota de ser del Padre Sorarrain, ciento y noventa y cuatro reales; en otra, con la nota de ser del Hermano Gabriel de Arizti, ochenta y cuatro reales y medio de vellón; y en la cuarta, que tenía la nota de ser del Hermano Manuel de Larrañaga, cuarenta y tres reales y catorce maravedises. Y vueltos a entrar estos dineros en sus respectivas bolsas, se pusieron, a una con la del dinero del Colegio que antes va asentado, en una cestica pequeña en presencia de los mismos Padres Jesuítas y del S. Corregidor y testigos.
Y ejecutado lo referido, mandó dicho Sr. Corregidor a los Padres Basterrica y Sorarrain, y a los Hermanos Arizti y Larrañaga, que inmediatamente pusiesen a la vista en baúles, maletas o arquillas toda su ropa y mudas usuales que acostumbraban, sin disminución; sus cajas, pañuelos, tabaco, chocolates y utensilios de esta naturaleza; los breviarios, diurnos y libros portátiles de oraciones para sus actos devotos. Y lo ejecutaron así, y se pusieron en el aposento Rectoral.
Y luego el referido Sr. Corregidor les intimó al mencionado Padre Rector y a los otros cuatro Jesuítas suso referidos pasasen en su compañía desde dicho Colegio al de Loyola, a lo que se ofrecieron prontos. Y aunque se practicaron diligencias con encargo de dicho Sr. Corregidor por el alcalde de dicha villa en busca de ocho caballerías para dichos cinco Jesuítas y para el mismo Sr. Corregidor, para el oficial a cuyo cargo iba la escolta, y para mí el Escribano, no pudo dicho Alcalde completar el número de dichas caballerías de pronto; y a vista de esto, el mismo Padre Rector y los otros cuatro Jesuítas expresaron que con más gusto irían a pie con sus bastones; y convino dicho Sr. Corregidor en que todos ocho fuésemos a pie; y en efecto dispuso que dichos cinco Jesuítas fuesen en derechura, con el mencionado oficial y escolta de la tropa, al mencionado Colegio de Loyola.
Y llevándole a su Señoría la mayor atención el mencionado de Loyola y sus Padres, y no poder dar allí las correspondientes providencias manteniéndose en el de Azcoitia en el secuestro e inventario de papeles, alhajas y muebles, mandó, a luego que dichos Jesuítas salieron, al mencionado D. José Joaquín Hurtado de Mendoza, Alcalde de dicha villa de Azcoitia, que, apoderándose desde luego de todas las llaves de dicho Colegio, formalizase inventario de todo cuanto había dentro de él, y con particular vigilancia pusiese todo en segura custodia por vía de secuestro, y que en cuanto a las alhajas de Sacristía y Iglesia bastaría se cerrasen para inventariar a su tiempo según corresponde. Y se entregaron a dicho Alcalde en la mencionada cestica los dineros de dicho Colegio y de Jesuítas particulares que anteriormente van asentados, como también los cinco libros expresados, para que todo incluyese en su inventario.
Y encargó dicho Sr. Corregidor al referido Alcalde que, para no faltar a la mayor reverencia y culto que corresponde al Señor Sacramentado que estaba en el Sagrario de la Iglesia de dicho Colegio, respecto a que en él no había de quedar persona ninguna, tratase con el Cura Párroco sobre la traslación del Señor a la parroquia y ejecutase lo que de conformidad acordasen para el efecto, encargando al Cura el depósito del copón o vaso sagrado en que estuviesen las formas consagradas después que fuesen trasladadas a la parroquia. De todo lo cual, como de remitir a dicho Colegio de Loyola en el mismo día las arquillas y fardos que con sus enseres particulares dispusieron dichos Padres Basterrica y Sorarrain y los Hermanos Arizti y Larrañaga, quedó encargado dicho Alcalde de la villa de Azcoitia.
Y con tanto, el referido Sr. Corregidor, acompañado de mí el Escribano y mis dos oficiales plumarios, salió de dicho Colegio de Azcoitia, y caminamos los cuatro juntos a pie por el mismo camino por donde fueron los cinco Jesuítas, y llegamos al mencionado Colegio de Loyola a cosa de las once y media de la misma mañana del día tres de abril a tiempo que la comunidad estaba en el refectorio al concluir su comida. Y dicho Sr. Corregidor, habiendo entrado con mí el Escribano y los cinco Jesuítas de Azcoitia en dicho refectorio, le encargó al P. Rector, como también al Cocinero, les diese de comer a los cinco mencionados Jesuítas, que debían quedar en dicho Colegio de Loyola juntos con los de él hasta providenciar la marcha.
Y con lo referido, habiendo dejado dentro de dicho Colegio al mencionado D. Jaime Butler, con parte de su escolta, encargado de la custodia de todos los Padres y Hermanos Jesuítas y de los seis muchachos sirvientes que se hallaban dentro de él, como de los aposentos del Rector y Procurador y de la Santa Capilla, Sacristía y Iglesia, y advertido de que hasta la vuelta de dicho Sr. Corregidor por la tarde no dejase salir de dicho Colegio a ninguno de los ejercitantes ni la menor cosa de ellos ni de otro alguno, salió el referido Sr. Corregidor, acompañado de mí el Escribano y con mis dos oficiales y Alcaide Carcelero, para restituirnos a nuestras casas respectivas a comer.
Y en la Portería exterior de dicho Colegio, habiendo visto su Señoría a Javier Ignacio de Echeberría, Maestro que ha corrido con la dirección de la nueva obra del Seminario que estaba haciendo dicho Colegio, en la cual, según expresión de dicho Echeberría, trabajaban actualmente pasados de ciento y cuarenta personas, oficiales, canteros, carpinteros, peones y bueyerizos, le mandó suspendiese la continuación de dicha obra y previniese de ello a todos los operarios de ella para que ninguno acudiese a dicha obra desde hoy día en adelante hasta que por su Majestad (Dios le guarde) se determine otra cosa, comprendiendo también en dicha suspensión a los oficiales que trabajaban en los colaterales de la nueva Iglesia. Y el referido Echeberría prometió cumplir así.
Y a cosa de las doce horas y media llegamos a nuestras casas. Y firmó dicho Sr. Corregidor, y en fe de todo yo el Escribano.
Francisco Xavier Folch de Cardona Ante mí
Juan Bautista de Landa
XXX
Por la tarde del mismo día tres de abril, el referido Sr. Corregidor, con asistencia de mí el Escribano, pasó desde su casa a pie al mencionado Colegio de Loyola, y dispuso que el Padre Rector de él escribiese una carta para el Padre José de Zubimendi para la ciudad de Arnedo, donde por la mañana aseguró hallarse predicando Misiones dicho Padre Zubimendi, encargándole que a luego del recibo de aquella carta se pusiese en camino para el Colegio de la ciudad de San Sebastián a disposición del Rector de él, cuya carta la recogió dicho Sr. Corregidor para dirigir con propio a la ciudad de Vitoria y desde allí, por el correo, a la de Arnedo.
Y por cuanto no parecían todavía las diez y seis caballerías pedidas a la Justicia de Tolosa, y no se sabía la hora en que llegarían, encargó dicho Sr. Corregidor a los Padres Jesuítas estuviesen prontos para marchar a la hora que se resolviese venidas que fuesen las caballerías, juntando para entonces cada uno toda su ropa, y mudas usuales que acostumbraban, sus cajas, pañuelos, tabaco, chocolate y utensilios de esta naturaleza, los breviarios, diurnos y libros portátiles de oraciones para sus actos devotos, y que los Padres Jesuítas de Azcoitia reconociesen también sus arquillas y fardos, que se habían trasladado a dicho Colegio de Loyola y se hallaban en su portería.
Y en la misma tarde bajaron de sus aposentos a la antesala de la portería los seis clérigos y tres seculares que estaban en Ejercicios desde la noche del Domingo anterior en dicho Colegio, con las ropas que para sus conveniencias llevaron en atados y cestas, a presencia de dicho Sr. Corregidor. Y todos nueve con las mencionadas ropas, con beneplácito de dicho Sr. Corregidor, salieron de dicho Colegio para sus casas. Y el resto de la tarde ocupamos en dicho Colegio reconociendo todas sus entradas y salidas y disponiendo el recogimiento de las aves del Colegio en su casilla del patio exterior, como de los nueve carneros de él, que andaban paciendo, y en dar el alimento a ellos y a la caballería que tiene el Colegio.
Y dejando cerradas con llaves todas sus puertas de salidas y entradas, y a la tropa en centinela dentro y fuera del Colegio para no permitir entrada ni salida de cosa alguna, pasó dicho Sr. Corregidor, con mí el Escribano, al anochecer, a la mencionada villa de Azpeitia con el cuidado de saber si llegaron las caballerías pedidas a Tolosa, y cuántas se habían prevenido en esta de Azpeitia por el Alcalde de ella en virtud del encargo que su Señoría le dio por la mañana. Y a luego que vinimos a esta dicha villa, se halló con carta del Alcalde de Tolosa y con las diez y seis caballerías pedidas, las doce de ellas con sillas, tres con cartolas, y una de sillón de mujer, y también con una nómina de las que el Alcalde de esta villa de Azpeitia había conseguido en ella, unas con sillas y otras con bastos para carga. Y dio orden dicho Sr. Corregidor para que todas las mencionadas caballerías pasasen a las cuatro de la mañana del día siguiente cuatro del corriente mes a la plazuela o campo frontero de dicho Colegio.
Y se retiró, con tanto, dicho Sr. Corregidor a escribir para la corte la misma noche, advirtiéndome a mí el Escribano estuviese pronto al llamamiento de su Señoría la citada mañana siguiente con mis oficiales, y que tuviese prevenido a un Escribano de satisfacción que pudiese conducir a los Jesuítas desde dicho Colegio de Loyola al de la ciudad de San Sebastián cuidando de su alimento y buen trato en el camino y lugares del tránsito, y que dispusiese el correspondiente despacho de pasaporte para que todas las Justicias ordinarias del tránsito le diesen el auxilio que pidiese y necesitase.
Y firmó dicho Sr. Corregidor, y en su fe yo el Escribano.
Folch de Cardona Ante mí
Juan Bautista de Landa
xxx
Doy fe que, dadas las nueve horas de la noche de hoy día tres de Abril, de mil setecientos sesenta y siete, en consecuencia de lo mandado por el Sr. Corregidor, he comunicado las órdenes correspondientes para que todos los arrieros de las caballerías contenidas en la diligencia precedente pasen de esta villa a la plazuela o campo frontero del Colegio de Loyola a las cuatro horas de la mañana del día de mañana cuatro del corriente, y he prevenido a Ignacio de Vicuña, Escribano de S.M. y vecino concejante de esta villa, que para la misma hora de las cuatro de la mañana esté pronto con su caballería para ejecutar lo que por el Sr. Corregidor se le encargase, a lo cual se ha ofrecido. Y con tanto me he retirado yo el Escribano, con beneplácito del Sr. Corregidor, a mi casa a cosa de las diez horas de la noche de este día y dispuesto en ella el pasaporte que ha de llevar mañana dicho Vicuña. Y firmé
Juan Bautista de Landa
XXX
En la villa de Azpeitia, a cosa de las cuatro dadas de la mañana de hoy día cuatro de Abril de mil setecientos sesenta y siete, el mencionado Sr. Corregidor expidió su carta orden a D. Jaime Butler, oficial del Regimiento de Irlanda, que con su escolta se halla en guardia del Colegio de Loyola, para que todas las caballerías que hubiesen pasado y pasasen a su plazuela las asegurase en ella con centinelas para que ninguna se desviase, cuya carta se envió con Nicolás Vicente de Aramburu, oficial plumario de mí el Escribano.
Y luego dicho Sr. Corregidor dispuso a prevención carta para el Exmo. Sr. Comandante General de esta Provincia, dirigiéndole con ella todos los Jesuítas, Sacerdotes y Coadjutores, que están recogidos en dicho Colegio de Loyola, a excepción del Hermano José de Mugarza, Procurador de él, y del P. Ignacio María de Altuna, Rector con veces de Procurador del Colegio pequeño de Azcoitia. Y concluida y cerrada esta carta, el referido Sr. Corregidor dispuso que Ignacio de Vicuña, Escribano contenido en la fe precedente, pasase también con su caballería pronto para bajar a la plazuela de Loyola.
Y dada esta orden, salió dicho Sr. Corregidor con mí el Escribano y con Juan José Pascual de Iturriaga y con Enrique Antonio de Zaloña a píe para dicho Colegio de Loyola, a donde llegamos a cosa de las cinco horas y media de la misma mañana; y al punto mandó que todos los Religiosos Jesuítas, Sacerdotes y Coadjutores, que se hallaban en dicho Colegio, se juntasen a su presencia, y lo hicieron en el aposento grande de la primera habitación o tránsito que es el más inmediato a la portería; y dispuso que en él tomasen chocolate.
Y luego, con lectura de la nómina asentada en el día tres, se hizo cotejo de todos y se verificó no faltar ninguno; y mandó dicho Sr. corregidor que cada uno de ellos, a excepción de los Padres Procuradores de ambos Colegios, inmediatamente pusiesen a la vista los baúles, maletas o arquillas que tuviesen prevenidas o preveniéndolas con toda su ropa y mudas usuales que acostumbran, sus cajas, pañuelos, tabaco, chocolate y utensilios de esta naturaleza, los breviarios, diurnos y libros portátiles de oraciones para sus actos devotos, a fin de ponerse con ellos luego en camino en las caballerías que estaban prevenidas en la puerta.
Y después que pasó algún rato en disponerse los veinte Religiosos que, a más de los dos Procuradores, fueron hallados dentro de los dos Colegios de Loyola y Azcoitia, se pusieron todos los mencionados veinte, es a saber, trece de ellos en igual número de caballerías de silla, seis en tres caballerías de mujer aplicándoles a cada uno su mayor comodidad, y parte de los baúles, alforjas y maletas se pusieron en otras caballerías hasta en cuanto alcanzaban éstas a llevar; y sobraron las correspondientes a tres caballerías.
Y en este mismo tiempo, habiendo sacado dicho Sr. Corregidor, del talego de los diez y nueve mil novecientos y ochenta y nueve reales que por la víspera se dejó en el escritorio del aposento del Padre Procurador de Loyola, cuatro mil reales de vellón, los entregó éstos dicho Sr. Corregidor al mencionado Ignacio de Vicuña, encargándole que de ellos supliese todos los gastos de condución y alimento de los mencionados veinte Jesuítas hasta entregarlos en la ciudad de San Sebastián, que dista de esta villa ocho leguas, a disposición del Exmo. Sr. Conde de Flegnies, Comandante General de esta Provincia, para quien le entregó la carta que tenía escrita a prevención; y que a dicho D. Jaime Butler, oficial del Regimiento de Irlanda, que con su escolta de treinta soldados iba custodiando a los mencionados Jesuítas, diese también, por vía de gratificación de cuanto habían trabajado, a luego que se hiciese la entrega de dichos jesuítas en la mencionada ciudad de San Sebastián, es a saber, para el mismo oficial veinte y cinco pesos, y para los treinta hombres de su escolta, en que se incluían dos cabos, treinta y dos pesos, de forma que a cada soldado raso tocasen a quince reales y a los dos cabos a treinta reales.
Y bajo de esta orden emprendieron el camino dichos Jesuítas, oficial y escolta con dicho Ignacio de Vicuña y cargas de baúles, maletas y alforjas a cosa de las ocho y media de la mañana del citado día cuatro de Abril, quedando tres soldados de dicha escolta en custodia de los mencionados Padres Ignacio María de Altuna, Rector y Procurador del Colegio pequeño de Azcoitia, y del Hermano José de Mugarza, Procurador del Colegio de Loyola, y de los seis muchachos sirvientes en él, que a estos últimos tuvo encerrados en un aposento dicho Sr. Corregidor.
Y a muy poco rato de la ida de dichos padres Jesuítas, me mandó su Señoría a mí el Escribano que, a una con los mencionado tres soldados, condujese desde dicho Colegio de Loyola a los conventos de Santo Domingo y San Agustín, que están dentro del cuerpo de esta villa de Azpeitia, las personas de los dichos Jesuítas retenidos como Procuradores de sus respectivos Colegios, y entregase, es a saber, el de Loyola en Sto. Domingo, y el de Azcoitia en San Agustín, encargando a sus respectivos Priores, en nombre del Rey nuestro Señor y de parte de dicho Sr. Corregidor, la segura custodia de ambos Religiosos Jesuítas con la decencia, humanidad, comodidad y alimento necesario, sin permitirles el escribir papeles ni cartas algunas ni recibirlas por ningún medio, y que si algunas llegasen para dicho Jesuítas, las recogiesen y entregasen a dicho Sr. Corregidor, en segura inteligencia de que se les satisfaría a ambos Priores los alimentos que suministrasen a los dichos Jesuítas con toda puntualidad. Y ejecuté yo el Escribano todo lo referido como se me mandó por dicho Sr. Corregidor; y los dos Priores de ambos conventos, habiendo recibido a su parte y poder respectivamente las personas de dichos dos Jesuítas, me encargaron hiciese presente su pronta y gustosa obediencia a las órdenes del Rey nuestro Señor y a dicho Sr. Corregidor, y que observarían y cumplirían su mandato con la mayor exactitud.
Y a luego de esta entrega, habiendo dirigido los tres soldados que me acompañaron a que siguiesen al cuerpo de su escolta, que iba delante para San Sebastián con los Jesuítas que anteriormente salieron de Loyola, conforme a la orden que me dio dicho Sr. Corregidor volví yo el Escribano a dicho Colegio de Loyola sin la menor detención a lo que serían las once horas de la misma mañana.
Y para este tiempo, por disposición de dicho Sr. Corregidor, entraron en dicho Colegio diez y seis hombres que con fusiles tenía prevenidos el Alcalde de esta dicha villa de Azpeitia para guardar dicho Colegio y todas sus puertas de entradas y salidas; y se pusieron en diversos parajes interiores las centinelas que parecieron convenientes, así para que no saliese ninguno ni alguna cosa de dicho Colegio, su Iglesia, Santa Capilla, y Sacristía, como para resguardar los aposentos Rectoral y del Procurador sin embargo de hallarse cerradas sus puertas con llaves.
Y dicho Sr. Corregidor les sacó del aposento en que se hallaban encerrados a los mencionado seis muchachos sirvientes en el Colegio para que dentro de él anduviesen haciendo lo que se les encargara, así en facilitar las noticias de todos los parajes de comestibles y demás enseres del Colegio, como en señalar las llaves de graneros, refectorio, despensas, bodegas, carneros, gallinas, palomas y demás que sucesivamente se necesitasen.
Y habiendo llegado también a dicho Colegio a hacer compañía al Sr. Corregidor y ofrecerse a su disposición para lo que quisiese mandarles D. Agustín de Iturriaga, Diputado General de esta Muy Noble Provincia, y D. Manuel Ignacio de Aguirre, Secretario de S.M. y de Juntas y Diputaciones de ella, y anteriormente el mencionado D. Francisco Javier de Altube, Alcalde y Juez Ordinario de esta dicha villa, dispuso dicho Sr. Corregidor el recogimiento de diferentes llaves de los aposentos desocupados por dichos Jesuítas cerrando sus puertas.
Y siendo ya avanzado el tiempo del mediodía, me mandó a mí el Escribano quedase en custodia de dicho Colegio con el mencionado Juan José Pascual de Iturriaga, Escribano Real, oficial plumario que ha sido mío, y con los diez y seis paisanos armados y seis criados del Colegio.
Y encargándome de ello y de dar a todos el alimento necesario de las prevenciones del mismo Colegio con la debida moderación, se fue dicho Sr. Corregidor para su casa, que actualmente la tiene en la villa de Azpeitia, en compañía de los citados Alcalde, Diputado General y Secretario de la Provincia, ofreciendo su vuelta por la tarde, y firmó dicho Sr. Corregidor y en su fe yo el Escribano.
Folch de Cardona Ante mí
Juan Bautista de Landa
XXX
Doy fe que, a luego de la salida de dicho Sr. Corregidor y los de su comitiva de este Colegio, dispuse se cerrase la puerta de su portería y quedase por dentro centinela en su guardia, y que inmediatamente comiesen todos los criados y guardas, alternando las centinelas sin desamparar ninguna de las puertas. Y habiendo también comido yo el Escribano con mi oficial, anduve, por encargo que me dio el Sr. Corregidor, recorriendo todo el interior de los tránsitos del Colegio por si podía recoger algunas llaves de cuartos o aposentos; y en efecto recogí las de nueve aposentos de ejercitantes cerrando sus puertas, las que guardé y entregué a la primera vista de dicho Sr. Corregidor, y se pusieron por su Señoría dentro del aposento Rectoral, cuya llave la tenía, y guardó el mismo Sr. Y en su fe firmé
Juan Bautista de Landa
XXX
Por la tarde del mismo día cuatro de Abril de mil setecientos sesenta y siete, el mencionado Sr. Corregidor, acompañado de los expresados Diputado General y Secretario de esta M.N. Provincia, llegó al referido Colegio de Loyola, y a poco después vinieron también a él dos arrieros navarros con tres caballerías, en las cuales pusieron las tres cargas de baúles atados y alforjas de ropas y utensilios de los Jesuítas enviados, que por la mañana quedaron por falta de caballerías, y se dirigieron a San Sebastián con carta para Ignacio de Vicuña, Escribano, comisionado de la conducción de dichos Jesuítas, para que a éstos les entregase.
Y a poco rato después, habiendo llegado a dicho Colegio D. José Joaquín de Basazabal, Rector de la Parroquia de esta villa de Azpeitia, con otros tres sacerdotes, subió dicho Sr. Corregidor con el mencionado Rector a la Santa Capilla, abriendo todas las puertas que se hallaban cerradas de llaves y mediaban desde el interior de dicho Colegio a ella; y encendidas las luces del altar principal de dicha Santa Capilla por encargo de dicho Sr. Corregidor, mediante habérsele informado a su Señoría y asegurado dicho Rector haber Sacramento en dicho altar, reconoció éste el Sagrario en que se hallaba el copón, por el que se acostumbraba dar la Sagrada Comunión, y expresó, en presencia de dicho Sr. Corregidor y de mí el Escribano y algunos otros concurrentes, que dicho Sagrario se hallaba con aquella curiosidad y decencia que correspondía a la Majestad que en él se hallaba encerrada, según y conforme al Ritual Romano.
Y luego, sin pérdida de un instante, el referido Cura Párroco, habiendo sacado del mencionado Sagrario el copón con las Formas que contenía, hizo su traslación a la Capilla nombrada de la Concepción, que está en el primer piso de la casa nativa de S. Ignacio, alumbrando con velas encendidas. Y también hizo igual reconocimiento del Sagrario que se hallaba en dicha capilla, por cuanto el mismo Rector y otros aseguraron haber también en ella Sacramento; y declaró hallarse también este segundo sagrario en la forma correspondiente a tan gran Majestad, según el expresado Ritual Romano. Y luego sacó de él el copón que en él se hallaba con las Formas que contenía, asistiendo en este segundo acto los tres Sacerdotes que acompañaron a dicho Cura Párroco y otros tres o cuatro seglares con hachas de cera encendidas. Y el mencionado Cura Párroco, tomando en ambas manos los dos copones de ambas capillas con las Formas que contenían, los llevó de dicho Colegio y Santa Casa para la parroquia de esta villa de Azpeitia con luces y asistencia de sacerdotes y seculares que concurrieron a este efecto con la decencia y veneración que se acostumbra en las ocasiones que por viático para enfermos se saca de la misma Parroquia de Azpeitia al Señor Sacramentado.
Y habiéndose perdido de la vista inmediata de dicho Colegio todos los sacerdotes y personas que iban acompañando al Señor, entraron en dicho Colegio de Loyola los referidos Sr. Corregidor, Diputado General y Secretario de esta Provincia, y después de introducidas las llaves con que se volvieron a cerrar la Santa Casa, Capilla y Sacristía, con las demás recogidas por mí el Escribano, en el aposento Rectoral de dicho Colegio, tomó las llaves de este aposento el mismo Sr. Corregidor, y siendo ya las siete horas y media de la noche, habiendo dejado en guardia de todo el interior de dicho Colegio, Santa Casa de S. Ignacio, Iglesia nueva y demás anexo a él a los mencionados D. Agustín de Iturriaga, Diputado General de esta M.N. Provincia, y D. Manuel Ignacio de Aguirre, Secretario de Juntas y Diputaciones de ella, con Juan José Pascual de Iturriaga, Escribano Real, y Francisco Javier de Guereñu, estos dos en calidad de porteros del mencionado Real Colegio, que para tales los nombra su Señoría, para que de día y noche, sin hacer ausencia alguna, se mantengan en él hasta nueva orden de su Señoría, cuidando y desempeñando todo lo que se les ordenare y encargare, y con los diez y seis hombres llevados con armas por la mañana para en guarda de dicho Colegio, y dado a éstos la orden correspondiente para estar a la disposición de dichos Iturriaga y Aguirre y ejecutar puntualmente lo que por cualquiera de ambos se les mandase, salió dicho Sr. Corregidor, a una con mí el Escribano, y con mi oficial Nicolás Vicente de Aramburu, y llegamos los tres a esta villa de Azpeitia para nuestras respectivas casas a las ocho horas dadas de la citada noche. Y firmó dicho Sr. Corregidor, y en su fe yo el Escribano.
Folch de Cardona Ante mí
Juan Bautista de Landa