JULIO VII.Pág. 777-781
GLORIA POSTUMA de San Ignacio de Loyola según diversos documentos manuscritos o impresos
GLORIA POSTUMA POR EL LUGAR DE SU NACIMIENTO
I. Idea de la casa de Loyola; capilla del Santo Padre.
Damos una idea de la casa, tanto antigua como nueva, de Loyola según un ejemplar manuscrito que desde ella nos envió el Rector de nuestro colegio de allí, R.P. Francisco de Baza, el mismo que en el año 1721 amablemente nos facilitó la entrada en ella y en su capilla de San Ignacio. De ese ejemplar entresaco los siguientes datos.
La provincia de Guipúzcoa -la Vardulia de Ptolomeo-, aunque muy distante de la Cantabria de este autor y de otros antiguos geógrafos, es uno de los pueblos que se glorían de llamarse cántabros; limita la costa norte de España con el cabo Olearsón, y la separa de Francia el, más famoso que caudaloso, río Bidasoa. El punto céntrico y más famoso de esta provincia lo ocupa la villa de Azpeitia, en cuyo territorio, hacia el poniente y mirando a Azcoitia, que es otra villa de igual categoría y nobleza en la misma provincia, está la antigua casa solar originaria del nombre y abolengo de Loyola. Su situación es la siguiente: De Azpeitia a Azcoitia se extiende una pequeña llanura de unos mil pasos de longitud, dominada a uno y otro lado por altísimos montes y regada por el río Urola, abundante en ferrerías y que de ellas recibe su nombre.
2. En esta llanura, a casi igual distancia de Azpeitia y de Azcoitia y como dominando a todo su vecindario desde una pequeña elevación, se levanta, en forma de la tradicional torre cuadrada, la casa de Loyola. Su altura no pasa de los cincuenta y seis pies; su anchura es de dos pies más. En cuanto a los materiales de que está hecha, la mitad inferior es de piedras cuadradas aunque toscamente talladas, y la superior, hasta la techumbre, de ladrillos. Se dice (y el grosor del muro de piedra confirma esa tradición) que antiguamente la tal casa-torre les sirvió a los de Loyola de fortaleza, pero que como, divididos los grandes señores en bandos, perturbaban la paz de los pueblos, por orden del rey de Castilla Enrique IV, todas aquellas torres, que eran muchas en la provincia, fueron asoladas: a los señores de Loyola se les trató con menor rigor, pues, si bien su casa fue en gran parte desmochada, se les permitió reconstruirla sobre lo que había quedado de ella. Una prueba más de lo mismo está en la construcción más antigua, y es que, en lo más bajo del muro, por fuera se ven algunas aberturas (cegadas por dentro) de más de cuatro pies de longitud y del grosor de dos dedos de anchura, aberturas que en su parte inferior se ensanchan hasta alcanzar el diámetro de una mediana bala de cañón, como para disparar por ellas.
3. La verdad es que aun ahora conservamos cuatro cañoncitos de bronce, que, juntamente con la Santa Casa y como objetos propios de ella, han venido a poder nuestro. Ahora bien, las aberturas se hallan: una en cada una de dos fachadas de la casa, la del nordeste y la del sudoeste; y dos en la orientada al noroeste, que ahora mira a la iglesia y antiguamente dominaba la calzada militar. Así se encuentran en las tres fachadas de la Santa Casa que se ven. En cambio, en la que se ha unido con el nuevo edificio, la argamasa que se ha aplicado a la pared ha borrado todo vestigio de antigüedad. Además, en la fachada que mira a Azpeitia, en el extremo que ha quedado unido al nuevo edificio, un arco ligeramente apuntado hace de puerta, y sobre ella, esculpido en piedra ruda, está el blasón de los Loyola: dos lobos levantados sobre las patas traseras y que por ambos lados sacan sus lenguas hacia una caldera colgada. Sin ningún remate que lo corone, sin ninguna figura de rodela o escudo, su misma sencillez delata su antigüedad.
4. El interior de la casa, tal como ahora se conserva, de arriba a abajo y mediante una pared intermedia, está dividido en dos partes, una que mira a Azpeitia y otra a Azcoitia. Al entrar en la casa, lo primero con que uno se encuentra al fondo es una capilla, de la cual una tradición más o menos cierta cuenta que fue un establo antiguamente y que en él nació N.P. San Ignacio; ahora está dedicada a la Inmaculada Concepción; en su sagrario se guarda y adora al que se dignó nacer de la Virgen en un establo; y en su suelo se entierran nuestros difuntos. A la derecha, una escalera de varios tramos en línea quebrada van llevando suavemente a los pisos altos. En el primer piso hay un amplio salón destinado a las confesiones, en cuyo extremo una ancha ventana, abierta trasversalmente en la pared medianera y asegurada con una reja de hierro, permite orar ante el venerable altar -con su cáliz y patena- en que celebró su primera Misa San Francisco de Borja.
5. Al término de la escalera, a la izquierda está la sacristía, y después de la sacristía un oratorio más íntimo enriquecido con algunos cuerpos de santos Mártires y con otras muchas reliquias insignes. Al lado de la sacristía, los que suben desde el nuevo edificio se encuentran con una puerta abierta en la pared de la Santa Casa, y a la derecha está la capilla que desde antiguo fue siempre la más venerable: una tradición ininterrumpida nos dice que aquí Ignacio estuvo postrado en cama por la herida recibida en la defensa de Pamplona; que aquí, en grave peligro de la vida, recuperó la salud con la ayuda del Príncipe de los Apóstoles; que aquí, con la lectura casual de libros piadosos, se encendió en deseos de seguir los pasos de Cristo y de los Santos; que aquí fue favorecido con una visión de la Virgen, la cual se le apareció con su Hijo; que, orando aquí él, tembló la casa, manifestando así que su oración había sido oída o que el demonio, derrotado, había huido.
Para formarse idea de los lugares, ayudará el plano que presentamos un poco más abajo.
6. Esta capilla tan venerable, que ahora hace de iglesia, ocupa toda la parte del piso superior que mira a Azpeitia; su techo es bajo, pero ha quedado ornamentada con el arte más exquisito. Todo el suelo es de mármoles bruñidos; el techo y las paredes están adornados con variadas pinturas. Las enormes vigas que a trechos sostienen el piso del desván están talladas y doradas, y las decoran, alternando, preciosas pinturas en planchas metálicas y también algunas reliquias de Santos bien colocadas en sus tecas. Este año se ha puesto además en el techo un nuevo y extraordinario elemento ornamental que, ni desde el punto de vista del arte, ni atendiendo a la generosidad del artista, podemos pasar por alto.
7. El eminente escultor y arquitecto portugués Jacinto Vieyra, en una peregrinación a Roma, se desvió de su camino para venerar la cuna de San Ignacio y, a fin de contribuir al ornato de la capilla, dejó en ella, con un trabajo totalmente gratuito, un notable recuerdo de su arte: sin retribución alguna, talló tres tablas para fijarlas en el techo, en el espacio de entre dos de las vigas. La tabla del medio, que es la mayor, presenta a Ignacio predicando al pueblo de Azpeitia con el crucifijo. En la de uno de los lados, Javier, a punto de partir para la India, recibe de Ignacio la bandera de la fe postrado de rodillas y besándole, a pesar suyo, los pies, todo en presencia y ante la admiración del Embajador del rey de Portugal. Y en la del otro lado, Ignacio recibe con un abrazo a Borja, vestido de Duque de Gandía y arrodillado ante él. Una orla elegantísima, con sus variados movimientos e inflexiones en talla, une y rodea las tablas y deja lugar a otros Santos de la Compañía.
II. Más datos sobre la capilla; relicario del Santo; colegio e iglesia.
Pero lo que más mueve la devoción o atrae la atención de todos, tras una artística y plateada reja divisoria, es el presbiterio. Hay en él tres altares. El del medio, que es el principal, dedicado a N.S. Padre, todo él es de plata repujada, obra de Daniel Gutiérrez (Gouthier), de Besanzón (Francia), platero famoso en España y que trabaja también en la hechura, con el mismo material, de los otros dos altares. El dibujo de ese altar, sólo de su mitad, enviado de hoyóla y aquí cincelado en bronce aunque en tamaño menor, lo reproducimos más abajo. El altar principal, incluido su frontal, tiene más de cuarenta libras de plata, sin contar los candelabros, el atril y los demás objetos del altar que pueden hacerse de plata, todos de plata. En el medio el tabernáculo guarda el pan celestial, en cuya puerta un coro de ángeles adora admirado al Cordero, que yace como muerto sobre una cruz, y el Padre Eterno desde el cielo mira con rostro benigno a la víctima que le es grata. Forman las jambas, como haciendo guardia, la Fe y la Esperanza, y los lados del tabernáculo los rodean otras cuatro virtudes, dos a cada lado. Por encima del tabernáculo, dos Atlantes parecen sostener con sus hombros un dosel que cobija el sagrado relicario de San Ignacio envuelto en una nube colgante.
9. A cada uno de los lados del dosel hay dos espacios. De los más cercanos a él, en el uno el Príncipe de los Apóstoles le trae la salud a Ignacio enfermo, y en el otro, a Ignacio en oración La Santísima Virgen, con el Niño en sus brazos, parece confirmarle en el fervor con que ha emprendido la vida de perfección. En los espacios siguientes están expuestas dos cartas autógrafas, la una de San Ignacio, la otra de San Borja, ambas encuadradas entre elegantísimas láminas de plata maciza. Dos ángeles alados, rodeados de festones, sostienen, uno a cada lado, el cuadro de plata con su carta, encima de la cual una nube, cargada con el sacrosanto nombre de Jesús como con un sol refulgente, lanza rayos todo alrededor, y sobre esa misma nube se alza en pie el autor de cada carta entre otros dos ángeles alados con palmas en las manos. Todas estas figuras están en bajo relieve.
10. El resto del espacio el artista de Loyola lo rellenó con nuevos adornos, puesto que las cartas, con la ornamentación que he dicho de trescientas onzas de peso, las envió de Madrid el P. José Cassani S.J., de la Provincia de Toledo, movido de su devoción a esta Santa Casa, con la condición de que no se pusiesen en otra parte. Ahora bien, el retablo presenta además a Ignacio en otros dos lugares: en uno, al salir de Loyola, despidiéndose de su hermano; y en otro, cuando vio a Jesús prometiéndole serle propicio en Roma. E igualmente en el mismo retablo tienen también sus imágenes Jesucristo Salvador y Sta. María la Madre de Dios. Hay cariátides que hacen de columnas y tanto las pilastras como los capiteles están adornados con variados juegos de ángeles alados.
11. Por su parte, en el espacio del frontal sobresalen las imágenes de los Santos Ignacio, Javier y Borja. En el medio está San Ignacio, y le asisten por uno y otro lado la Religión y la Sabiduría armadas presentándole un ramo de oliva; debajo de él hay una fortaleza, la de Pamplona, ornamentada con muchos trofeos militares. A los Santos Javier y Borja los rodean jugando unos ángeles alados y, en la banda que los encierra, hay recamada una muy variada e ingeniosa guirnalda de ángeles alados y de hojas serpenteantes. El nudo de la parte superior de la banda guarda en su interior el sacrosanto nombre de Jesús rodeado de rayos. Otros muchos y preciosísimos elementos ornamentales hay, de oro, de plata, de piedras preciosas regaladas por diversas personas, cuya lista resultaría larguísima.
12. El relicario de N.S. Padre contiene el objeto de mayor precio y estima, y en cierto modo absorbe y oscurece totalmente el esplendor de cualesquier otros tesoros. Al principio era de latón; después, con las aportaciones de muchos, se lo hizo de plata, y de él colgaban desordenadamente multitud de preciosas ofrendas: esto no pareció digno, y además, así en montón tapaban la sagrada reliquia. En consecuencia, a fin de que, puestas en orden, aumentaran el precio y la dignidad del relicario, previo el consentimiento de los donantes se descolgaron, el oro y la plata se fundieron, los collares de perlas se soltaron para ajustarías, sea formando la corona, sea combinándolas como florecillas salientes de la misma corona, sea esparcidas por su interior formando ramilletes. Este es el modo como se ha formado el relicario, cuyo precio hoy séanos dado más bien admirar que calcular. Es de plata dorada en forma de sol eucarístico, sólo que ese sol no es perfectamente circular sino un poco alargado y ovoidal, y, en lugar de rayos, alrededor brotan rosas con mucho brillo de perlas.
13. Rodea al fuste un collar de unos cien diamantes, trece de ellos extraordinariamente grandes, que, a juicio de un joyero muy entendido, valen tres mil didracmas de oro, regalo del Excmo. Sr. Don Francisco Manrique de Arana, jefe supremo del ejército del Rey Católico; en lo más alto está Ignacio, de sotana y manteo, mirando al cielo y con el santísimo nombre de Jesús, hecho de piedras preciosas, en su mano derecha. En el interior de la corona, dos ángeles alados de oro parecen esparcir con sus manos ramilletes, también de oro y cargados de perlas, o lanzarlos al aire como tratando de sombrear la sagrada reliquia del centro. Esta es un dedo, que, dentro de un cilindro de cristal, se alza desde el aro de oro y perlas, un poco carcomido por dentro, pero por fuera bastante entero, con su piel y uña. Por experiencia sabemos que exhala un olor suavísimo, y estamos persuadidos de que es un olor natural, pues nos consta que, desde hace unos cuarenta años que lo tenemos, jamás se lo ha guardado entre perfumes; y si acaso antes alguna yez se hubiese hecho eso, debería ya haber perdido mucho de su fuerza, siendo así que siempre la conserva íntegra a pesar de habérsele cambiado muchas veces los estuches y cristales en que se guardaba.
14. Por lo demás, merecerá la pena conocer el modo como tan insigne reliquia llegó a nosotros: lo referiré brevemente tal como se lo oí a quien intervino en el asunto, racionero del sacro palacio. Este dedo de N.P. San Ignacio se lo habían enviado como regalo desde Roma a Margarita de Austria, reina de las Españas, esposa de Felipe III, a la cual nuestra Compañía estaba obligada por muchos títulos, como el colegio de Salamanca, costeado por la real munificencia, lo proclama con tantas lenguas cuantos son los hombres que constantemente da a ambos mundos, eminentes por su ciencia, por su virtud y por sus gloriosas hazañas. De manos de los reyes la reliquia pasó como regalo a las de la Duquesa de Sinuessa pues, queriendo aquéllos favorecer a esta gran señora tan grata a ellos, premiaron con este insigne don su conocido afecto a nuestra Compañía y su gran devoción a San Ignacio. Pues bien, sucedía que el hijo de dicha duquesa, duque él de Sinuessa, tenía por director de conciencia al P. Alfonso de Ygarza S.J. cuando por aquel entonces se trataba con los excelentísimos Marqueses de Alcañices de que cediesen a la Compañía la casa de Loyola.
15. Y siendo ese el deseo de toda la Compañía, el P. Ygarza lo deseaba más en particular por ser él también natural de la misma tierra que el Santo Padre, es decir, guipuzcoano. Así pues, mientras otros aplicaban otros recursos para conseguirlo, él, pensando que era asunto que debía tratarse con el cielo, decidió ganar por protector para él al mismo San Ignacio haciéndole una novena, y para ello, apoyándose en el ascendiente que tema sobre el Duque de Sinuessa, le pidió a éste insistentemente que le dejase el sagrado dedo del Santo Padre. Pero terminada la novena, comenzó a hacérsele duro el privarse de aquella queridísima prenda y a dar largas, hasta el extremo de decidirse a no soltar la reliquia hasta que se la reclamaran. En esto muere el Duque; ni él ni sus herederos dijeron una palabra sobre la reliquia, y así ésta por entonces quedó en poder del P. Ygarza; y el único que lo sabía era el P. Francisco Salinas. Pero tampoco Ygarza pudo disfrutar mucho tiempo del precioso tesoro que guardaba, ya que no mucho después, en el colegio Imperial de Madrid, se lo llevó una repentina apoplejía.
16. Pero he aquí que, al tiempo de su muerte, ejercía allí oportunamente el cargo de visitador, enviado de nuestra Provincia, el P. Pedro Jerónimo de Córdoba, familiar de los Duques de Sinuessa. Pues bien, a este P. Visitador el P. Salinas le descubrió la existencia de la sagrada reliquia. El, haciendo uso de la autoridad que le daba su cargo ante los nuestros y su parentesco ante el de Sinuessa, reclama la sagrada prenda, se apodera de ella, y en la primera ocasión, por medio de uno de su confianza, la envía a la casa de Loyola, que era ya de la Compañía y a la que él había elegido para pasar en ella los últimos días de su vida religiosa.
17. Ahora vamos a describir brevemente el nuevo edificio, en el que la Santa Casa está inserta como una perla en su anillo. Fue Carlos Fontana, famoso arquitecto romano, quien concibió, dibujó e imprimió su traza, y N.M.R.P. General Carlos de Noyelle, S.J. quien la envió. El conjunto tendrá la figura de un águila volando con las alas extendidas: su magnífico templo es el cuerpo, su pórtico saliente es el pico, sus estancias forman las alas, y el comedor y otras piezas comunes la cola. El templo, que se dedicará a San Ignacio, es una rotonda de ciento treinta y un pies de diámetro; desde el suelo a la cornisa del primer cuerpo es de mármol negro; los mármoles de más arriba son de distintos colores, todos ellos pulimentados, aunque con figuras en relieve. En el centro, ocho enormes pilastras sostienen la estupenda mole de una media naranja: el diámetro de ese cuerpo interior es de setenta y cinco pies, y la altura del suelo a la bóveda de casi doscientos.
18. Detrás de esas mismas pilastras hay otras tantas puertas por las que, además de la entrada principal, se puede entrar en el templo, de suerte que desde el centro de la rotonda no puede verse ninguna de ellas. A ambos lados del altar mayor hay dos sacristías, cada una de ellas con su torre de campanas, y a ambos lados del templo están: de un lado la Santa Casa, aunque separada de él por un espacio descubierto; y del otro el palacio de los señores de Loyola, que, según lo cenvenido, ha de reemplazar a aquélla (en los bienes del Mayorazgo), con su tribuna abierta al templo. A continuación está la casa de habitación de los Nuestros, que tiene cuatro fachadas y que, lo mismo que queda separada de la central y principal mediante el templo y los palacios («Santa Casa» y «Casa del Duque»), así también por dentro queda comunicada mediante las piezas comunes. Ya dentro del colegio, lo que más atrae la atención de los que llegan a él es la magnífica estructura de la escalinata, de uso común para el colegio y para la Santa Casa. Ocupa un espacio bastante amplio, y toda ella está rodeada y limitada por la Santa Casa y por el colegio. A partir de su comienzo tiene cuatro tramos de entrada, dos en cada lado en estricta correspondencia, por los cuales se sube a una meseta común, desde la que dos tramos fronteros, separándose cada uno por su lado y sobre sus correspondientes bóvedas, llevan al primer piso. Otra vez desde aquí, lo mismo que al principio, cuatro tramos, dos en cada lado sobre sus correspondientes bóvedas, van a coincidir en una segunda meseta, desde la cual otros dos tramos fronteros entre sí, al igual que desde la primera, llevan al piso superior.
19. La segunda meseta es tan amplia y magnífica, que semeja un escenario. Al principio de los tramos que, según he dicho, llevan al primer piso, cuatro pilastras, y en los tramos de arriba otras cuatro, se prestan a servir de pedestales a ocho estatuas de buen tamaño. En los muros de alrededor se abren doce balcones equidistantes como dominando la caja de un teatro. Cierra el techo una hermosa media naranja, en cuyo centro un florón primorosamente tallado y dorado parece querer reunir en sí la hermosura de todo el edificio. Esta descripción ha resultado torpe; las ilustraciones que se añaden harán ver mejor las cosas.
III.Veneración publica del Santuario de Loyola; milagros.
El P. Juan Rhó, en su Acates, pag. 12, cita al P. Diego Gamboa en carta de 1642 a N.M.R.P. Mucio Vitelleschi: Dejando la innumerable concurrencia de pueblos, superior a las 15.000 almas, que acuden de todas partes a venerar esta casa, hay otros muchísimos datos que realzan extraordinariamente esta solemnidad. En toda la provincia se declara oficialmente que el día de N.S. Padre, por ser éste patrono de la provincia, es día festivo, y que, por decreto apostólico, en los ocho días siguientes, hay concedida indulgencia plenaria a los que acudan a su casa para venerar religiosamente a Dios en ella. En la mayor parte de la provincia, la víspera se guarda día de ayuno, y el pueblo de Azpeitia, su feliz patria, lo hace ya así por costumbre y por libre devoción. Esta población, que antes celebró tan solemnemente la beatificación y canonización de su santo paisano, este año le ha honrado con especial piedad: reuniendo los músicos más famosos de pueblos aun muy distantes, después de cantar solemnemente las Vísperas en su iglesia, el Cabildo vino a cantar completas en el Santuario de Loyola, en el que tanto la iglesia como la capilla con sus altares estaban muy lucidos con preciosas telas y otros muchos adornos de oro. Al anochecer se tocan festivamente las campanas, en las ventanas y por las plazas se encienden luminarias, y por todas partes suenan himnos al Santo. Este año todo eso se ha hecho así pero más.
21. Ya muy de mañana apenas se podía andar por los caminos dada la gran afluencia de gente. Sonaron de nuevo festivamente la campanas y por todas partes instrumentos músicos; acudían en tropel muchísimos, tanto nativos como forasteros, y también personas de la más alta nobleza que habían acudido a la fiesta: todos a Loyola. El esplendor y aspecto de la inmensa multitud religiosa ha sido tal que, aun los acostumbrados a los palacios reales decían que no había nada que desear. Después, según una antigua costumbre de este pueblo, se ha organizado una danza armada, con palos y espadas. Este año han sido setenta los que se han batido: con fajas rojas y alpargatas blancas, han causado admiración formando nudos entre sí y entre sus brillantes espadas con una agilidad admirable, y haciendo y deshaciendo pelotones con gran destreza en el manejo de las armas.
22. De las cinco provincias vecinas acudió un gentío innumerable al mercado que tuvo en honor de San Ignacio, y con eso los caminos se vieron llenos de grupos comiendo alegremente. Al día siguiente, tanto el clero como las autoridades civiles en formación, entre las acostumbradas danzas y el canto de los músicos, fueron a Loyola. Allí, como en la capilla de arriba no cabe mucha gente, se tuvo la misa a la puerta de la casa en un altar que se preparó y adornó bajo una magnífica sombrilla. Sobre él pusieron, llevada en procesión, una imagen del Santo, vestido con los ornamentos sacerdotales de la Misa, que con la izquierda sostiene el nombre de Jesús, mientras con el dedo índice de la derecha señala ese nombre como gloriándose en él. Así, triunfalmente, una multitud incontable lo llevan a su antigua casa, y los de la Compañía lo reciben y asisten a la Misa. El P. Diego Gamboa dirigió una breve alocución a la inmensa multitud. Terminada la Misa, todos, por grupos, fueron subiendo a la capilla, y satisfecha la piedad de los fieles, de nuevo en masa volvieron a Azpeitia. Quedó en la capilla de Loyola el ceñidor de Ignacio, preciosamente bordado en forma del nombre de Jesús, el cual, pasados estos ocho días festivos, de nuevo es llevado a Azpeitia, en donde se guarda hasta que Loyola tenga colegio. Después de comer, según costumbre, se tuvo corrida de toros, y el alcalde convidó a comer a las personalidades. En los días siguientes se repitieron los mismos juegos. El domingo los ríos crecieron muchísimo con las lluvias y se derrumbaron los puentes, también el de Loyola, y la gente no acudió allá; pero en la solemnidad de la Transfiguración y en la octava de la fiesta de San Ignacio, una enorme multitud de gente, dando un rodeo a campo traviesa por los montes, acudió en masa.
23. Esta manifestación externa de piedad no quedó sin un fruto más interno y sólido. Se oyeron muchísimas confesiones generales; por más que esta es cosecha de todo el año, ya que la mayor parte de los muchos que acuden al Santuario de Loyola, sea para arreglar las cosas de su alma, sea para pedir alguna gracia, tienen esta excelente costumbre de descargar aquí y expiar todos sus pecados. Y Dios no tarda en cumplir sus deseos, y así a los Nuestros que se encuentran en Azpeitia muchos les encargan que celebren en la capilla de Loyola las Misas que tenían ofrecidas.
(Sigue la narración de diversas gracias y milagros).
(Traducido del latín por .J .R. Eguillor)